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José Rodríguez comenzó a construir guitarras con tan solo 12 años. Ahora tiene 62. Únicamente trabaja por encargo y su lista de espera llega hasta el 2024. Fabricó tres guitarras a su gran amigo Paco de Lucía y a otros muchos artistas como Vicente Amigo, Paco Serrano, José Antonio Rodríguez, José Tomás o Alejandro Sanz. "Cada guitarra tiene un mes de trabajo", cuenta este cordobés mientras termina de colocar un mosaico hecho de láminas de madera con 12.000 piezas cada uno. Es su firma, la prueba de que cada instrumento que elabora José es único y artesanal. "El mosaico, la etiqueta y la cabeza del mástil es lo que diferencia a cada constructor", comenta este luthier nacido en Andújar.
En su taller cuelgan guitarras con tapas de pino y abeto alemán, aunque las más oscuras son de cedro rojo del Canadá. "Según el tipo de madera, cambia el timbre. Y eso va en gustos", explica el artesano. "Los aros y el fondo siempre llevan la misma madera: ciprés o palo santo, que puede ser del Amazonas, de la India, de Madagascar o de Centro América". El mástil está hecho con dos maderas con una curación mínima de 10 años: cedro y ébano. "Es una parte importantísima de la guitarra que debe mantenerse totalmente recta y que se consigue combinando una madera dura y otra blanda". Para las cuerdas, utiliza nailon con un entorchado de hilo de plata.
Es hora de emsamblar las diferentes partes de la guitarra. José remueve un bote de cola antigua que cristaliza al enfriarse y que no afecta al sonido del instrumento. "Son colas totalmente naturales hechas con restos de huesos y pieles de animales", explica el cordobés. Para el barnizado, se sirve de unas escamas producidas por el insecto de la laca.
"Se disuelven con alcohol y a través de una muñequilla se aplica sobre la madera. Cuando el alcohol se evapora, queda la goma laca. Es extraordinario para el sonido de la guitarra, pero también muy delicado". Si se trata de madera de ciprés, solo el barnizado lleva 30 horas de trabajo, 50 si es palo santo, por ser una madera más porosa. Todo el trabajo está muy medido para que la calidad de la guitarra sea la máxima, lo que se traduce en precios de 2.500 a 20.000 euros.
Ángel y Manuel Cerezo son joyeros de cuarta generación. Aprendieron en casa, en los patios de Córdoba donde se reunían familia y vecinos y los oficios se transmitían de mayores a niños. Ellos trabajan la filigrana, una técnica ancestral y muy laboriosa que trajeron los judíos de Damasco cuando llegaron al Califato, y que hoy se encuentra "en peligro de extinción".
Cada hermano dirige una tienda-taller en el casco histórico de Córdoba. Manuel en la calle Buen Pastor y Ángel en Alfayatas. El brillo que desprenden sus joyas deslumbra: pulseras, gargantillas, colgantes y pendientes elaborados con finísimos hilos de metal que entrelazados forman bellos y ligeros encajes de plata de 925 milésimas. Para darle resistencia, cada pieza lleva además un baño en rodio.
"Nuestro oficio busca recuperar el legado de la platería califal que se llevaba a cabo en los talleres de Medina Azahara y en Córdoba en el siglo X. Seguimos las mismas técnicas de trabajo de la época, como el esmaltado de cerámica vidriada, que, combinado con los finos hilos de plata, consigue un efecto cristalino que deja pasar la luz, como si fuera una vidriera", explica Manuel desde su taller. También tallan a mano la plata "para que brille como si fueran piedras, con la ventaja de que nunca se caen".
Cada joya de filigrana está inspirada en motivos de la Mezquita y de Medina Azahara. Hay colgantes que reproducen los dibujos de la cúpula de la Mezquita; sortijas que lucen la forma de mosaicos bizantinos, atauriques, motivos epigráficos o florales, como la flor de la vida que se encuentra en el salón rico de la ciudad palatina de Medina Al-Zahra de Córdoba; o broches con pavos reales de la corona de Damasco del siglo X, que iban impresos en las telas de la Ruta de la Seda como cuño del califa. Las tiendas se incluyen además dentro de la ruta de los Caminos Sefardíes y cada otoño se expone durante un mes completo una muestra de artesanía judía.
Papel, cola y pintura. Tres ingredientes que sirven a Blas Pérez para crear con sus expertas manos esculturas únicas que ponen en valor un oficio tan antiguo y artesanal como es el del papel maché. En su pequeño taller, situado en la parte superior del Zoco municipal de la Artesanía, tiene sobre la mesa varias esculturas a medio hacer. En otra mesa, encola el papel y le da forma con un molde, para luego comenzar un minucioso y detenido trabajo de pintura que transforma cada escultura en un cuadro en relieve.
"Utilizo pigmentos naturales para marcar las texturas y después las termina al óleo, para darle una mayor calidad pictórica. Las trato como si fueran lienzos: les doy color, luz y sombra", cuenta el artesano de 65 años, que lleva 33 años en la profesión. Y eso que nunca estudió arte, aunque sí dibujaba por afición. Formado en Filosofía y Artes, fue en unos carnavales, ayudando a una amiga suya profesora a preparar unos disfraces de cartón, cuando se planteó ganarse la vida con este oficio.
Ocho piezas salen cada mes de su taller, la mayoría son figuras humanas con proporciones distorsionadas. "He creado mi propio lenguaje: las estilizo, las engordo, las alargo… buscando siempre una armonía formal". En sus vitrinas expone desde un San Sebastián en calzoncillos actualizado a una cabeza de medusa o una andaluza con una pose muy chulesca. "Toco temas de la cultura mediterránea y siempre meto un toque de humor. Algunas de mis figuras están sacadas de novelas de finales del siglo XIX, del cine o del teatro".
Con su labor, Blas intenta hacer de la pasta de papel un oficio un poco más noble. "La humedad siempre ha sido la gran enemiga del cartón, pero yo aplico técnicas y otros productos para mejorar el resultado. Por ejemplo, utilizo estuco para impermeabilizar las piezas y hacerlas resistentes al agua", cuenta este cordobés autodidacta. Sorprende lo ligeras que son sus piezas, al igual que resistentes. El precio oscila entre los 100 y 300 euros, según la pieza, y sus clientes más fieles siempre esperan novedades para hacerle un nuevo pedido.
En una antigua casa de vecinos que asoma a la popular calleja de las Flores, se encuentra la tienda-taller de cuero 'Meryan'. Allí está Daniel López, la tercera generación de esta familia de curtidores. Su abuelo, el pintor Ángel López Obrero abrió junto a su abuela Mercedes este taller artesanal en 1958 dedicado a la confección de guadameciles y cordobanes.
"El cordobán es una técnica tradicional heredada de los árabes", cuenta Daniel. "Es una forma de curtir la piel con unas plantas –zumaque, principalmente– que le dan al cuero mayor flexibilidad y calidad. Se utilizaba sobre todo en la fabricación de cofres, baúles y estuches". Luego está la técnica del guadamecí, más artística y decorativa. "Se aplica una fina capa de pan de oro o plata sobre una badana –una piel suave y fina ya curtida– que después se pinta y decora. Fue una técnica que se exportó mucho a Europa durante el barroco y es fácil encontrar habitaciones forradas completamente de guadamecí en castillos de Francia, Bélgica e Italia", relata este artesano cordobés, que pone de ejemplo el Chateau de Vervainesm, en la ciudad de Alanson.
Basta pasarse por la sala-museo de la tienda para darse cuenta del sorprendente resultado de estas técnicas: allí exponen grandes arcones, lienzos, pufs, biombos, tableros de ajedrez, armaduras y hasta corazas de romanos. Todo hecho en cuero y a la venta. Ya en la tienda, sobre las estanterías lucen pequeños cofres –esos que hacía el padre de Daniel cuando era joven–, libros de firmas, escribanías, cuadros que reproducen obras maestras como El Beso, de Gustav Klim, o La creación de Adán, de Miguel Ángel, y otros objetos labrados con motivos geométricos, como las granadas de los Reyes Católicos, las lacerías o los azulejos andaluces.
'Meryan' también da el salto al mundo de la moda con complementos como bolsos, monederos y cinturones. Han colaborado puntualmente con la firma de lujo Loewe y ahora trabajan con una diseñadora de Huelva, Granada Barrero, en colecciones donde mezclan dibujos clásicos cordobeses con coloridas prendas modernas.
Jesús Rey lleva 13 años modelando piezas en su pequeños taller 'Cerámica Elhumo', en la calle Cardenal González, justo en la esquina suroeste de la Mezquita de Córdoba. Las calesas pasan frente a su puerta y los transeúntes se paran curiosos a observar cómo sus manos dan forma con habilidad a una gran bola de arcilla.
Muchas de las figuras que expone en su tienda giran en torno al folclore andaluz, como las gitanas o los mastiles de guitarra; otros hacen un guiño a la tauromaquia, mientras que en otras obras recrea tradiciones, como los belenes navideños y los nazarenos de Semana Santa.
También hace piezas menos orientadas al turismo como son los astronautas que beben cerveza o montan meteoritos, los corazones abiertos convertidos en lámparas, animales de todo tipo, árboles de la vida e incluso varios grifos de los que salen diferentes animales y personajes. "Hago lo que se me pasa por la cabeza", asegura este cordobés que en un principio estudió decoración de interiores y talla en madera. Fue su mujer, ceramista, la que le animó a dedicarse finalmente a este arte hace ya dos décadas.
En su taller de Las Quemadillas realiza las diferentes cocciones del gres. "La primera la hago a 1.000 grados –es la que llamamos bizcocho–, y la segundo a 1.220, cuando ya se han aplicado los esmaltes", cuenta Jesús, que antes de llegar a Cardenal González, tenía otra tienda cerca de El Potro.
"Hay piezas como el fauno a las que aplicamos una textura más rugosa a través de un lavado de óxido antes de cocerlo y darle el esmalte", detalla. Tiene incluso algun pieza de su antiguo trabajo en Raku, una técnica japonesa en la que se sumerge la pieza al rojo vivo en serrín, lo que hace que el humo penetre en la pieza. "El efecto es asombroso", asegura el artesano. El precio de su trabajo oscila entre los 15-20 en piezas pequeñas a los 1.600 euros en otras más trabajadas.
Mari Carmen Pintado y sus tres hijas han convertido un soporte tan antiguo como es el abanico en un imprevisto lienzo donde plasmar toda su creatividad. Diseñan el abanico desde cero: los recortan, los pintan, los decoran y los transforman hasta hacer de cada uno de ellos una pequeña pieza de arte. Su marido Aurelio completa el clan de esta familia de artistas, que luce en la tienda una foto en blanco y negro de la abuela paterna pintando lienzos en El Prado junto a Cecilio Pla y Manuel Benedicto.
Cada dibujo desvela a su creadora: Mari Carmen se inspira en la naturaleza para recrear lirios, petirrojos y composiciones más abstractas; Adriana, la mediana de las tres hermanas, aplica sus estudios de Bellas Artes en ilustraciones que recrean desde fragmentos de cuentos infantiles, a ciudades de rascacielos o catrinas mexicanas; y Rocío, la mayor, se delata con sus dibujos naíf, de colores brillantes, perspectivas libres y gran fuerza expresiva. Jara, por su parte, completa las obras artísticas de su madre y hermanas con fundas de abanicos, mochilas y bolsas ecológicas de diseños llamativos.
"Llegué al abanico por casualidad", cuenta Mari Carmen, que siempre había pintando sobre telas. Primero vendían por internet y en ferias de artesanía, hasta que hace cinco años compraron el local de la calle Tomás Conde, en plena Judería, y abrieron su pequeña tienda al público. Su escaparate es una auténtica explosión de color, que hace que sea difícil pasar de largo sin fijarse.
En su interior, sobre el mostrador de madera reciclado Mari Carmen retoca con su pincel humedecido en acrílico uno de sus últimos abanicos, de tela de algodón y madera de peral. "Nos gusta pintar en la tienda, para que la gente vea el trabajo artesanal que se esconde tras estos abanicos". Los precios rondan entre 35 y 40 euros, aunque también hay pedidos personalizados, como "los semi pericón, los favoritos de las novias cordobesas". El último abanico en llegar es el de Maya, la nieta de Mari Carmen, que con tan solo 12 años ya promete un gran talento.
También en la calle de Tomás Conde, justo enfrente de la tienda de abanicos de Mari Carmen, se encuentra 'Ana Martina, Plata con Alma'. Esta cordobesa que da nombre a su negocio, trasteaba de pequeña en el taller familiar mientras su abuelo y su padre engarzaban joyas de oro con piedras y zafiros. Hoy es ella la que encabeza esta saga familiar de orfebres que este año 2020 cumple un siglo de vida.
Tomando como referencia la antigua joyería cordobesa y utilizando únicamente plata de primera ley, Ana elabora una "joyería contemporánea que mira hacia atrás". En sus vitrinas lucen arquillos, antiguos pendientes cordobeses inspirados en la geometría de los arcos de la Mezquita, de grandes dimensiones y tallados a buril.
Su colección Zafiro se fija en los antiguos zarcillos cordobeses de zafiros de tres facetas y celosías fernandinas del siglo XIII; mientras sus piezas de Alhajar realzan la antigua técnica de la filigrana, en la que se entrelazan los hilos de plata para componer vistosos dibujos. También destaca una joya que representa el cervatillo de Medina Azahara, un pequeño surtidor de agua de bronce datado de la época del califato omeya. Sus piezas han sido utilizadas incluso en la pasarela de la moda flamenca.
Ana trabaja en su taller de Las Quemadas "la cera perdida", una técnica de microfusión muy antigua en la que se usan moldes de caucho para sacar las reproducciones y que ya utilizaba su padre hace varias décadas. Para adornar sus piezas, se sirve de perlas, amazonitas y piedras preciosas como el rubí, la esmeralda, el zafiro o la amatista. "Todo está hecho a mano. Aquí no hay plásticos, ni resinas. Todo lo que utilizamos es natural, incluso los jabones con los que pulimos las joyas", cuenta la artesana, sentada en la mesa de su tienda donde termina de pulir con sumo cuidado una pulsera isabelina.
Tras ella, varios colgantes y pulseras con jaras y margaritas de la sierra de Córdoba y la colección de las macetas de los patios. Al fondo de la tienda, una réplica de un antiguo taller artesano con una vulcanizadora ayuda a entender al visitante cómo elaboran estas pequeñas obras de arte en plata.