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Quién sabe si fue el agua agria de la populosa fuente de Puertollano, "de mucha más utilidad para conservar la salud y alargar la vida que las aguas dulces", como la definió el doctor Alfonso Limón en su obra Espejo cristalino de las aguas de España, allá por el siglo XVII. El guiso sagrado del Santo Voto, cuya ingesta espantaba las epidemias de la Edad Media, o la fortaleza de los mineros del carbón, que sustentaron la economía de la comarca hasta hace unos años, fueron lo que le dio la suficiente energía para trabajar con tanta intensidad y dedicación en lo que, sin duda, ama con una pasión desmedida: la fotografía.
Un año después de la apertura en Olula del Río (Almería) del centro de fotografía Carlos Pérez Siquier, el fotógrafo almeriense que fue el primero en España en tener un espacio museístico dedicado a su obra, consiguió que el museo Cristina García Rodero de Puertollano abriera sus puertas este otoño después de un largo periodo de negociaciones entre las instituciones y la fotógrafa. La blancura del mármol de la comarca del Almanzora y el negro de la hulla carbonífera del campo de Calatrava, se unen ahora para albergar el legado de estos autores, ambos premios nacionales de fotografía.
"Dos años de conversaciones con Cristina y otros nueve meses de preparación de las instalaciones han sido necesarios para poder tener todo a punto", nos cuenta José Raúl Menasalvas, el director del museo. "Ha sido un proceso lento porque Cristina es muy metódica y le gusta supervisar todo; ha demostrado una total implicación para hacer un espacio vivo, aparte de las exposiciones temporales", explica Menasalvas mientras cientos de haitianos nos miran desde las copias que cuelgan en las paredes de las tres plantas del renovado edificio.
Rituales en Haití se titula la exposición que podemos ver hasta la primavera de 2019 en este museo casi único o, como expresa con énfasis una publicidad local, "el primero del mundo que cuenta con una muestra permanente de la obra de una de las mejores y premiadas profesionales de la fotografía de España, nacida en Puertollano". 185 fotografías nos introducen de lleno en un mundo de espiritualidad, de cuerpos atléticos, de peregrinaciones y otras prácticas colectivas de la condición humana en uno de los países más pobres del planeta, de un territorio que consiguió ser el primero en salir de la esclavitud.
El agua, elemento fundamental en los trabajos de la fotógrafa manchega, nos da la bienvenida a esta gran muestra. Saut d' Eau, la gran cascada escondida en la selva tropical haitiana, es uno de esos lugares donde se palpa el sincretismo de la Iglesia católica con la práctica del vudú.
La aparición de la Virgen del Carmen en la copa de un palmito cercano al salto del agua es un telón imaginario perfecto tras el cual se venera a los lwa, las divinidades del vudú que llegaron acompañando desde la costa de Guinea a los esclavos que sustituyeron a los taínos, los originarios que se extinguieron al no aguantar los trabajos forzados de las minas de oro. Dorsos desnudos en encuadres directos de una gran calidad estética, cortinas de agua en movimiento con siluetas a contraluz y plegarias pidiendo amantes, hijos y riqueza bajo un baño de amor que purifica, son imágenes con las que García Rodero se reinventa un documentalismo fotográfico que lleva su sello personal.
En realidad, Cristina no pretende destaparnos Haití a modo de acta notarial, sino darnos una visión, con su mirada entrañable y respetuosa, de personajes anónimos que conforman una de las culturas más vivas del Caribe. Sacando las cabezas del barro plateado, como reptiles ensimismados por una luz cegadora, los protagonistas que ha elegido esta fotógrafa de puntería certera, ofrecen a Ogou, dios de la guerra, sus bienes más preciados y sacrifican gallos y carneros.
Con una sensualidad alborotada por el estado de trance en el que están imbuidos, los peregrinos llegados a la comuna de Plaine du Nord cada mes de julio, se entregan al amor mientras beben y acarician sus cuerpos. Otro nombre del santoral católico, Santiago, empareja con Ogou la relevancia de esta celebración que tiene lugar al norte de Haití, donde la insurrección de los esclavos aceleró la independencia del país.
Más de 30 años pasaron en la vida de Cristina García Rodero desde que, siendo aún adolescente, hizo su primer reportaje sobre el día del Santo Voto de Puertollano, hasta que realizó el trabajo sobre los rituales de Haití que ahora vemos en el museo que lleva su nombre. Pero no crean que los proyectos que abarca son como lo fue el primero, casi un juego de niños. Siete años, desde 1997 a 2004, fueron necesarios para dar por concluido Rituales en Haití; la tenacidad, la constancia y el compromiso, factores que caracterizan a los grandes maestros, es una firme condición en su vida profesional.
El blanco riguroso de las peregrinas llegadas a Souvenance el domingo de Pascua contrasta con la negrura de los cuerpos embadurnados de los lansé kód, (los lanzadores de cuerda) que atemorizan con sus cornamentas al público que acude al carnaval de Jacmel y, que de alguna manera, nos recuerda a otros carnavales de Europa donde los demonios exhiben sus astas de una forma provocativa. El día de los difuntos en Puerto Príncipe o el Calvario de los Milagros en Ganthier, son otras de las 12 localizaciones donde Cristina no pasó de largo cuando decidió embarcarse en esta historia de historias.
Si Rituales en Haití costó siete años, La España Oculta, el proyecto iniciático que la puso en el panorama internacional de la fotografía, necesitó más de tres lustros para después recorrer el mundo en las mejores galerías. La intuición para dar con situaciones insólitas en un largo recorrido por las fiestas de España, hizo que nos fijáramos en los momentos más emotivos de un país rural que cambiaba a toda prisa. Sin saber qué era eso del reportaje fotográfico ni quién era un tal Cartier-Bresson, del que todos hablaban, Cristina consiguió en sus primeras fotos lo que Roland Barthes denominaba el punctum, una punzada, un detalle de ternura azarosa que nos despunta al mirar la fotografía.
En la planta más alta de su museo, la sala permanente dedicada a su obra, podemos ver algunas de estas fotografías de su España Oculta, unas cedidas por el coleccionista Adolfo Autric y el resto adquiridas a la autora por el Ayuntamiento de su pueblo. Seis fotografías de sus diferentes etapas han sido donadas por ella. También podemos conocer en este rincón histórico lo que puede ser el germen de una biblioteca fotográfica que aún no existe, los libros que han sido publicados sobre los concienzudos trabajos de la fotógrafa puertollanera.
Puertollano es la segunda ciudad de Castilla-La Mancha que cuenta con un museo dedicado al arte de Daguerre. Un antiguo convento renacentista de Huete, en la provincia de Cuenca, alberga el Museo de la Fotografía, todo un logro de la fundación Antonio Pérez donde podemos conocer la obra de los fotógrafos más destacados del país. El más reciente, el de Cristina García Rodero, comienza ahora su andadura y será, a parte de lugar de referencia para los amantes de la fotografía, un firme incentivo para el turismo cultural.
Cristina García Rodero fue la primera fotógrafa española en ser miembro de pleno derecho de la agencia Magnum, la cooperativa de fotógrafos que defendió, por encima de todo, la dignidad y la independencia de sus trabajos. Moisés Saman y la alicantina Cristina de Middel acompañan ahora a la maestra en esta agencia de prestigio mundial donde solo 60 miembros tienen cabida. El joven fotoperiodista manchego, Luis Tato, galardonado en la última edición del festival de fotografía Visa pour l' Image de Perpiñán, sería un firme candidato para acompañar a su paisana en esta etapa de Magnum que funde lo documental con lo artístico.
Sabemos que su primera foto fue una que le hizo a sus hermanos disfrazados de indios en una playa del Mediterráneo valenciano. También sabemos que India es uno de los países que visita con frecuencia y cuyas fotos estarán en su museo dentro de poco tiempo. En verdad, tenemos fotógrafa para rato aunque de momento no se sepa si, con los años, seguirá cargando con su equipo o terminará, como Cartier-Bresson, volviendo a coger los pinceles.