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Deslumbrante, así se puede describir esta fiesta y no solo por el fuego, que obviamente deslumbra, sino por la cara que se le queda a uno cuando ve a centenares de personas jugando –literalmente– con fuego. Arropados por la oscuridad de la noche del 7 de diciembre, los jarandillanos aprovechan para repetir año tras año lo que ya hicieran sus ancestros hace siglos: prender fuego a un tronco de más de dos metros hecho de retamas y sacudir con él a todo el que está cerca, que a su vez, intenta devolver el escobazo ardiente. Y así, entre humo, chispas, música y risas arranca una de las fiestas más populares y fascinantes de La Vera.
Poco después de empezar el mes de noviembre, Jarandilla comienza la preparación de este festejo. Hay que ir al campo, seleccionar, cortar, hacer los escobones y dejarlo todo listo para la noche señalada. Para que no haya errores: "La escoba es el arbusto (retama) que cortamos en el campo; el escobón, lo que construimos apretando y atando las escobas que luego prendemos; y escobazo es el golpe que das con el escobón prendido durante los juegos", explica la nomenclatura Ángel Sánchez, miembro del Equipo de Promoción de Los Escobazos de Jarandilla.
Lo mejor de esto es que, para tenerlo todo organizado para la tarde del 7, se pasa mucho tiempo con los amigos. "Te juntas, preparas algo de comer y beber y te pasas el día en el campo cortando escobas (retamas)", asegura Eulogio Gutiérrez, otro promotor, que forma parte de este grupo deseoso de contar y transmitir lo que implican estos rituales mientras les bombardeamos con preguntas. "Otro día te reúnes para montar los escobones", añade mientras muestra la enramada en la afueras del pueblo ya repleta de retamas traídas del campo.
La recomendación es llegar antes del día señalado. Primero porque en la zona hay mucho que ver y hacer; y segundo, porque el pueblo ofrece la posibilidad de ir ambientándose con talleres para hacerte tu propio escobón el día 5 y el 6, acompañado el último de música y vino. Después, se puede visitar el Parador Nacional, Castillo-Palacio en el que se hospedó el Emperador Carlos V antes de retirarse definitivamente a Cuacos de Yuste.
Si por el contrario se prefiere naturaleza, el entorno de la comarca es perfecto para hacer senderismo, sentarse a observar la bajada de las gargantas (en verano, frescas y limpias para el baño) o simplemente buscar esas cimas que dan una visión 360º de la zona. El microclima de la comarca –sin mucho frío en invierno, ni mucho calor en la época estival– se presta al buen aprovechamiento del tiempo y los espacios.
Para reponer pilas antes de empezar la fiesta importante, hay varios restaurantes y bares en la localidad. Uno de los más famosos es el 'Puta Parió', mítico entre los paisanos por su decoración, su comida y su dueño, Pedro Cañada, un señor de 82 años que igual se arranca a cantar mientras hace bailar una figurillas de madera (antiguo juguete de pastores) como cuenta un chiste y luego otro y otro. (Nota:Imprescindible probar las migas extremeñas si no se van a comer durante la noche).
Antes del anochecer, el hechizo de las chispas arranca en la plaza con los más pequeños, que dan inicio al espectáculo moviendo escobones prendidos y adaptados a su tamaño. Con la oscuridad, los adultos los van desplazando. "Los niños juegan con sus amiguillos en las calles adyacentes", asegura Antonio Navas, padre de Paula, que días antes de la celebración nos acompaña al campo para montrarnos todo el proceso de construcción de las antorchas. Entre tres hombres y la ayuda de la niña, en 10 minutos tenemos un escobón de más de dos metros de altura y bastante peso.
Con la oscuridad y ya encendido, el haz de retamas arde mientras busca pantorrillas o posaderas a escobazo limpio. Se mezclan carreras cortas con risas, mientras no cesan los cantos y la música marcada por el son del tamboril acompañado de sartenes, ollas o botellas. Las letras en honor a la Virgen de la Concepción se repiten una y otra vez, pero únicamente con motivo de estas fiestas. "Estas canciones se empiezan a cantar después de los Santos y acaban el día de la Inmaculada Concepción, hasta el año siguiente", afirma Ángel, tamborilero –además de promotor– y un gran conocedor de la historia de su tierra.
Desde mucho antes de que el hombre dominara el fuego ya lo veneraba. Sin embargo, ¿qué pasó en este pueblo para que una vez al año decida alumbrar así La Vera? Parece ser que antiguamente los pastores que vivían desperdigados por la sierra –Jarandilla se esconde entre montes– bajaban la víspera de la Virgen de la Concepción a celebrar el día señalado. Para iluminarse durante el camino y protegerse de los animales salvajes, prendían las grandes antorchas hechas con los arbustos del campo. "Al llegar al pueblo la alegría de reencontrarse con los paisanos y el regocijo se traducía en sacudir lo que quedaba del escobón apagándolo contra el amigo", explica Ángel, que recuerda con una broma detrás de otra a esos guasones de antaño que iniciaron la tradición.
Dicen que son el calor, el humo y los cantos los que dan mucha sed. Por eso, durante las horas que duran estos bailes de chispas en los pies también hay tiempo para la Ruta de las Bodegas. El visitante tiene dos opciones ante el espectáculo del fuego: participar o mantenerse a cierta distancia. Con el recorrido de las bodegas, solo una: disfrutar de la intensa hospitalidad extremeña. Un grupo de vecinos abre las puertas de sus casas para compartir con locales y forasteros el excedente de la cosecha del vino de pitarra, parte de la matanza u otros productos de la tierras o del hogar.
"Mi madre se levanta el día 6 temprano y se pasa todo el día preparando dos barreños de migas (un plato tradicional de la tierra) para dar a todo el que nos visita", asegura orgulloso Antonio Navas con una sonrisa que le cruza la cara mientras presenta a la generosa cocinera entregada a las fiestas: Felicita. Ella se mueve por su bodega –que es en realidad su garaje acondicionado para las siempre bien recibidas visitas– despachando aceitunas, patatera, queso o "lo que haga falta". Además del vino, por supuesto. Y eso que aún no han arrancado Los Escobazos. "No se vayan a ir con hambre", repite simulando enfurruñarse mientras vuelve a llenar el plato.
La noche de marras, a las 21 horas suenan las campanas y los escobazos se frenan en el acto. Desde ese momento, el ritual lúdico pasa a lo religioso y arranca la procesión nocturna en honor a la Virgen de la Concepción. Las escobas se echan al hombro y derechas como velas sirven para alumbrar todo el camino al Estandarte de la Virgen que saca el cura y entrega a los mayordomos, que pagaron por el derecho a llevarlo en una puja anual.
Jarandilla se rinde y parece arder entera por segunda vez desde que desapareció el sol. Al paso de la virgen se van encendiendo las hogueras de varios metros de altura que la esperan en diferentes puntos de la localidad. La más grande, controlada por Eulogio, se ubica delante la Ermita de la Virgen de Sopetrán, patrona del pueblo. "Se prepara el día antes y cuando arde, llega a alcanzar los 30 metros de altura", cuenta Eulogio en el lugar exacto donde se prende cada año la hoguera.
Los Escobazos fueron declarados Fiesta de Interés Turístico Regional hace 26 años, pero siguen luchando para mantener la tradición como antaño y conseguir, además, un reconocimiento a nivel nacional. Por eso el equipo de promoción, incluida Almudena Pérez, encargada del Museo de Los Escobazos, invita con entusiasmo sincero a todo el que quiera acercarse a vivirlo y conocerlo. "La fiesta es un puro sentimiento. Todo el que tienen sangre jarandillana en las venas lo siente como algo que nos une a todos", afirma Almudena.
Si te convencen, no olvides estos consejos por hacer caso al refranero popular y "allá donde fueres, haz lo que vieres". Elige para la noche principal ropa vieja no inflamable –vaqueros, pana–; cúbrete bien (manos y cuello) para evitar las chispas que salten; muévete con cuidado, pero sin miedo, respetando la regla básica local que todo jarandillano cumple: los escobazos solo se dan de cintura para abajo. El fuego resulta fascinante pero la emoción no solo depende de la inmersión, si tienes miedo, con mirar también llega.
Ahora, si quieres entrar de lleno en la fiesta, en el mismo pueblo se pueden comprar el día 7 de diciembre escobones ya hechos. Como bien explica Ángel: "Jarandillano o no, quema un escobón; no perdamos la tradición".