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Hace poco menos de 200 años el fotógrafo Gustave Le Gray tuvo claro que la fotografía era un arte. Sus obras, con una novedosa técnica que combinaba por primera vez dos negativos para obtener una perfecta exposición del mar y el cielo en un solo positivo, demostraron que su clarividencia, no exenta de investigación, era acertada. Hasta enero del 2022 se pueden ver 15 de estas fotos emocionantes en el Palacio Real de Madrid.
Aunque no te interese la fotografía, “a esta exposición hay que venir porque es un monumento a la visión trascendental de la vida”. Reyes Utrera, comisaria de la exposición, está apasionada con el trabajo que lleva preparando desde hace tanto tiempo. A ella pertenece el término “Lo sublime” que acompaña a las imágenes, porque “este concepto llega a la máxima consideración en el siglo XIX. La obra de William Turner o Gustave Friedrich son la mejor representación de la estética de lo sublime. Esa es mi interpretación”.
De hecho, Le Gray comenzó queriendo ser pintor. En 1849 inauguró estudio en París y solo un año después publicó su primer manual: Tratado práctico de fotografía sobre papel y sobre vidrio. Pronto recibió encargos determinantes, como el de Napoleón III y Eugenia de Montijo de inmortalizar a su hijo, el príncipe Napoleón Luis, muestra de que a la pareja imperial no se le había escapado la relevancia de la fotografía como arte compatible y heredero de la pintura.
“En aquellos momentos -comenta Reyes Utrera- había un juego de influencias muy grande entre fotografía y pintura. Del mismo modo que Turner capta con esa belleza la luz, los fenómenos cambiantes de la naturaleza, Le Gray recoge esa estela. Observa la naturaleza y, a partir de ella, crea un mundo de resonancias interiores propias. No cabe duda de que en todo el simbolismo que encierran muchos de los paisajes está su agitado itinerario vital y, sobre todo, ese uso magistral de la luz en toda su trascendencia. Lo sublime creo que es el término que capta mejor que cualquier otro lo que hay de fondo en estas fotografías”.
Repasar la historia del personaje Le Gray, su técnica en estas marinas que lucen en el Palacio Real y la aventura que han vivido las obras que aquí se muestran, tiene algo de embrujo, como los miembros que participan en la aventura de la real colección de fotos.
Patrimonio lleva tiempo intentando discernir cómo llegó la colección -en un álbum de tapas de terciopelo burdeos- hasta las manos de Isabel II. Hay tres hipótesis que han ido cambiando según avanzaban en la preparación de la exposición, relata la comisaria. Y las tres son igual de fascinantes.
La primera, que provengan de una familia “muy unida” a la Casa Real y a Eugenia de Montijo -la comisaria no da nombres, pero es fácil averiguar cuál es la familia española más unida a la emperatriz- y que tienen “siete vistas marinas puras de Gustave Le Gray. La tradición familiar de esa casa dice que fueron un regalo de Napoleón III a Eugenia”.
Esta teoría es digna de la historia y del fotógrafo, porque se debería al apoyo que Rebeca Ward -la hija de Diego de Alvear, el de la fragata Mercedes- dió a la pareja real cuando murió el hijo de la española y el francés, el Aguilucho. El equipo de la exposición se pregunta: ¿No le pudo regalar la emperatriz a Isabel II la serie completa?
La segunda hipótesis está vinculada a la regente, María Cristina de Borbón. Tenía una casa en la alta Normandía, muy cerca de las playas de Sant Andreu, que registró el objetivo de Gustave Le Gray. “Ella tenía casa allí desde 1855, una gran residencia, y estaba al tanto de los eventos culturales. Está dentro de lo posible que también se lo regalara a su hija Isabel II”, lanza Utrera.
La tercera teoría es la de otro personaje más que interesante, un Borbón ilustrado, sensible a las artes en todas sus manifestaciones y cultísimo: el Infante Sebastián Gabriel. “Primo de la Reina Isabel y gran fotógrafo, con un conocimiento extraordinario, avalado por su archivo, donde tenía todos y cada uno de los tratados de fotografía que se iban editando de finales de los años 40 hasta los 50. Llegó a tener tres archivos fotográficos, en Aranjuez y en Poo, además de en Madrid. Quizá fuera él, estando al tanto de las novedades del mundo fotográfico, quien se lo hubiese regalado a Isabel II, con la que estaba congraciado después de un inicial apoyo al pretendiente al trono carlista”, añade la comisaria.
El infante Sebastián Gabriel resulta de lo más apasionante para los profanos. A él se atribuye también la posibilidad de que el marco de caña y pan de oro que acompaña a las marinas sean obra de la influencia del infante. Había en la Plaza Mayor un artesano, Antonio Girón, que hacía los marcos para el infante con mimo y esmero. Parecen las mismas manos las que se encargaron del enmarcado de la colección del fotógrafo francés.
Cualquiera de los tres caminos tienen interés y algún día se sabrá cómo entraron en manos de la Casa Real, pero solo sirven para engrandecer lo que estas 15 obras ofrecen a nuestra mirada: belleza, poesía y realidad no exenta de magia, que elevan la fotografía a la categoría de arte, con lo que soñó ya Le Gray hace dos siglos. No cabe perdérselas.