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Santiago Posteguillo no para. Su éxito tras el Premio Planeta hace unos años se ha visto reforzado con El Corazón del Imperio y su inminente salida al mercado de una serie de novelas históricas sobre Julio César, cuya primera entrega está prevista para abril. En Guía, nos hemos acercado a él interesados en profundizar en sus historias a través de los viajes y la gastronomía.
Más allá del Museo de las Villas Romanas de Valladolid, donde hemos rodado El Corazón del Imperio, evidentemente, hemos estado en otros sitios donde la presencia romana es paradigmática, como la ciudad de Mérida. Pero mundo romano en España hay mucho. Itálica, en Santiponce, cerca de Sevilla; Sagunto; el Acueducto de Segovia; Villa La Olmeda, en Palencia; el inmenso mosaico encontrado en Noheda, Cuenca, que no es muy conocido pero es espectacular; las ruinas de Cádiz o las que hay en A Coruña... Tú puedes estar dando vueltas al mundo romano por toda España porque toda España es Roma.
A mí, particularmente, me sirve de inspiración Sagunto, porque lo tengo al lado de donde vivo, a unos 20 kilómetros. Y, además, cuando voy a la universidad (Posteguillo es profesor titular en la Universidad Jaume I de Castellón) siempre veo el castillo de Sagunto ahí arriba. De hecho, lo que empecé escribiendo fue la toma de Sagunto por parte de Aníbal y cómo la recupera Escipión. Sagunto es un lugar muy especial para mí.
Para mí un sitio al que escapar una y otra vez es Toledo. Me parece una ciudad fascinante. En Toledo te puedes perder una y otra vez y no acabas de conocerlo. Más allá de esa ciudad que parece inabarcable, del Toledo medieval, del renacentista, de la catedral, de todos los conventos, El Greco o la sinagoga, está el Circo Romano, totalmente olvidado, y es uno de los más grande de la Hispania antigua, inmenso. Lo que pasa es que solo quedan unos vestigios de una de las curvas del hemiciclo en mitad de un parque pero es muy espectacular; lo que queda sorprende mucho a la gente cuando lo ve y luego, sobre todo, que puedes ver las dimensiones que tenía porque han hecho una recuperación para apreciar desde dónde hasta dónde iba aunque está en un parque, hay una carretera y unos restaurantes en medio, pero ahí sigue. A mí, como apasionado del mundo romano, verlo me parece muy curioso.
No nos adentramos específicamente pero sí que tratamos el tema de la alimentación en el caso de los gladiadores y las gladiadoras porque sí que es verdad que llevaban una alimentación a base de gachas, que era esencialmente lo que comían. Sin embargo, luego tenían las cenas liberas, que eran las que les servían la noche anterior al combate y en esas se le permitía un poquito más de manga ancha para comer un poco mejor y se ve un poco más el tipo de comida más variada. Pero la gastronomía, en general, cuando yo escribo parece algo muy importante por dos razones. Primero, porque recreas el período; y segundo, porque no hay que meter la pata. Un romano no podía comerse ni una patata ni un tomate ni tomar chocolate, por ejemplo, porque todo eso viene después de América.
Y, luego, no hay que sufrir el síndrome Mercadona, es decir, tú no puedes poner a un romano comiendo cerezas fuera de la temporada de cerezas otra cosa es que hoy en día el supermercado alargue artificialmente la temporada de un producto porque se acaban trayendo naranjas de Sudáfrica en vez de traer las de Valencia o de Sevilla. Esos detalles los tienes que tener muy metidos porque son parte de la verosimilitud de la historia. Estoy muy pendiente de si lo que está comiendo un personaje mío, si come queso y es de cabra, estudio si habría cabras en esa región o no; si el vino era de esta forma o de la otra o si lo mezclaban; o si al emperador Cómodo le gustaban los erizos y si tenía un cocinero solo para prepararle los erizos de mar... Los detalles son muy importantes para la ambientación y la verosimilitud.
El novelista histórico tiene que hacer mucho de kilómetro cero cuando escribe una novela. Por ejemplo, un emperador si podía traerse productos exóticos pero hay que tener en cuenta las fechas y las temporadas porque no había refrigeradores e, incluso, los emperadores tenían que comer de temporada. Comían lo mejor, pero de temporada.
Pienso en uno de carnes y un vegetariano. ‘El Guiño’, que está en Gran Vía del Marqués del Túria, y es de Vicente Castillo. Sus padres tenían una tienda de ultramarinos de toda la vida en Valencia pero cuando estas tiendas dejaron de ser viable, él lo reconvirtió en un restaurante y funciona muy bien. Las carnes y el jamón son muy buenos. Pero si quieres venir a Valencia, comer en un vegetariano y hacerlo muy bien, con una gran variedad, está el 'Restaurante Copenhagen' o el 'Restaurante Oslo'. En los dos se come maravillosamente, es un auténtico espectáculo de sabores para el que es vegetariano y para el que no lo sea, que podrá sorprenderse. Hay mucha gente que no es vegetariana que piensa que la comida vegetariana es aburrida, pero se puede comer en un buen restaurante vegetariano y disfrutarlo.
¡Yo soy valenciano, discúlpame, donde haya una buena paella que se quite el resto (risas). Yo reconozco que una paella clásica valenciana, de verduras, con su pollo y su conejo (y sin pimiento) está muy bien. Y para los vegetarianos, pues una paella de verduras también es una buena opción.
Para empezar, lo primero es ir con la persona con la que tú mejor estás, que en mi caso es mi pareja. Para mí lo más importante es estar con ella. Y, luego, tanto a ella como a mí nos gusta mucho el componente histórico, no solo a mí, no te creas que viene arrastrada (Risas). Disfrutamos mucho de tener historia: puede ser una catedral, vestigios, un yacimiento arqueológico, un museo o una colección de pintura. Algo que tenga que ver con la historia y con el arte... Eso no puede faltar. Y ya para hacer el viaje ideal, combinarlo con una buena ruta por la montaña. Se puede ir a la Selva de Irati o por el Moncayo o los Pinares de Rodeno en Teruel, cerca de Albarracín. Un ruta de montaña siempre me gusta.
Mi ordenador para escribir. Normalmente, cuando viajo con mi pareja para desconectar no suelo llevar el ordenador, pero en viajes de promoción, siempre. Yo empecé a escribir Yo, Julia en Bogotá cuando estaba de promoción de la tercera novela de Trajano. Tenía una tarde libre, que entonces me extrañó porque no tenía prensa, y como tenía toda la documentación y el esquema, abrí el ordenador y empecé a escribir. Y aprovecho en aeropuertos, en trenes... A lo mejor en el tren de vuelta de mañana para Valencia igual avanzo con el siguiente libro que estoy haciendo, porque en abril sale mi primera novela sobre la serie de Julio César y ya estoy escribiendo la segunda novela. Es un proyecto muy ambicioso, una locura de 10 años. No cabe en una trilogía.