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Hasta ahora Belén Rueda (Madrid, 1965) no se había enfrentado a ningún rodaje tan exigente como el que ha tenido entre Tenerife y varias aldeas perdidas de Uganda. Hablamos de 'El cuaderno de Sara', película que se estrena el 2 de febrero y en la que interpreta a Laura, una mujer decidida a encontrar a su hermana, desaparecida desde hace años en la selva del Congo, con el trasfondo del tráfico de coltán y los niños soldado
Belén Rueda tiene recursos para salir airosa de cualquier apuro. Por algo fue girl-scout en su infancia. Le gusta celebrar sus éxitos en torno a una mesa, siempre en compañía de sus hijas Belén y Lucía, que son las que llevan la voz cantante cuando se trata de elegir restaurante. Y, aunque a veces no recuerda los nombres de los lugares que ha descubierto en los últimos rodajes, sí es capaz de rememorar las sensaciones de una comida en 'El Bulli'.
Depende mucho, pero yo me busco la vida para intentar comer bien. Por ejemplo, en el rodaje de El orfanato, en Asturias, comí fabadas rarísimas y muy ricas: de berberechos, de cordero… En Barcelona, donde he estado rodando El pacto, he descubierto sitios estupendos como 'Las Sorrentinas'.
Se supone que es un sitio de pasta, pero la dueña, que es peruana, me dijo: "Te voy a hacer el mejor ceviche de mercado que has probado en tu vida". "¿En Barcelona?", le pregunté. Y me dijo que sí muy convencida. No era para menos, porque nos sirvió un ceviche maravilloso. Es un lugar muy chiquitito, pero siempre que podía me iba a comer allí. De sus pastas, la que más me gusta es una a la que llaman Sorrentino masa tomate, rellena de calabaza, romero fresco y mozzarella.
Hay un sitio que me encanta, que es 'La Tasquita de Enfrente' (dos Soles Repsol). Aunque, ¿sabes que mandan mis hijas? Siempre me dicén, "mamá, déjame elegir a mí". Les gusta mucho la comida japonesa y me llevan a probar los mejores sitios.
Me vino muy bien. Se supone que cuando eres boy-scout vas a sitios de campo y disfrutas del paisaje, pero también hay detrás una disciplina: te enseñan a desenvolverte en la naturaleza cuando te quedas solo. Una de las pruebas que tuve que pasar me dejó marcada para siempre.
Íbamos tres, nos dieron un pollo vivo y nos dijeron que teníamos que vivir dos noches y tres días por nuestros propios medios. Te puedo asegurar que el pollo volvió vivo, porque ninguno fue capaz de matarlo. Hicimos el fuego y todo lo demás, pero no fuimos capaces. Pero es maravilloso, porque te enseñan el agua que puedes beber y las cosas que hay en la naturaleza que puedes comer y las que no...
Sí, me encantan. Con muy poquito se puede ser muy feliz. Aunque también me va mucho el mar. Menorca es un destino maravilloso, porque lo reúne todo. Además, es una isla muy discreta, tranquila, y luego tiene unos restaurantes perdidos por ahí, de esos en los que ni el GPS te sabe llevar, en los que se come muy bien, como 'Ca Na Pilar', en Es Migjorn Gran.
En Alicante, donde crecí con mis hermanos, no perdemos ocasión de ir al restaurante 'Brel', en Campello. Todos los veranos vamos por lo menos una vez. A mis hijas les apasiona. El chef es especialista en arroces y su mujer hace unos postres con chocolate exquisitos que son mi perdición; siempre que vamos a cenar intentamos no comer a mediodía para ir con más ganas.
Soy más de casa rural, pero tampoco desprecio un hotelazo. Del extranjero me fascina la 'Villa La Borghetta', en la Toscana, y si me tengo que quedar con uno en España te diría el 'Hotel V', en Vejer de la Frontera (Cádiz). Es comodísimo, acogedor y tiene unas vistas preciosas.
Recuerdo que hace muchísimos años fuimos un grupo de amigos al 'Bulli'. Cuando empezó el desfile de platos, yo dije: "Nos vamos a quedar con hambre". Eran cosas muy pequeñas y te explicaban todo, cómo lo habían cocinado, el vino con el que tenías que maridar cada bocado… Habían pasado ya ocho o diez cosas y yo pregunté, ¿pero esto ya habrá acabado, no? Y resulta que íbamos por la mitad. Fue maravilloso. Pero bueno, eso de las comidas inolvidables es algo que depende no solo de lo que comas, sino del estado o el ánimo con el que te encuentres. Tienes que estar muy abierto a nuevas experiencias, de sabores, de texturas… Lo recuerdo como algo excepcional, porque además pudimos hablar con Ferrán Adrià en sus cocinas, toda una experiencia.
No es actor, pero Sergio García Sánchez, el guionista de El orfanato, que estrenó hace poco su primera película como director, El secreto de Marrowbone, es como una guía gastronómica andante. Cada vez que voy a Barcelona a rodar, le llamo y le pregunto por sitios que estén bien. "¿Dónde estás ahora mismo? ¿qué te apetece?", me pregunta. Y según lo que le digo él me recomienda dos o tres opciones y las clava siempre. No lo apunta en ningún sitio, tiene una cabeza prodigiosa y le encanta el tema gastronómico.
Lo pienso mucho antes e intento hacer la maleta lo más ligera posible. Pero depende mucho del tipo de viaje que haga. Si hago un viaje en el que tengo que hacer una promoción en otro país, me llevo muchas cosas diferentes, porque no sabes con qué te puedes encontrar. Por contra, si me voy de vacaciones aquí en España, meto mi camiseta y mis vaqueros y allá que vamos.
Lo ha sido en todos los sentidos. Creo que, cuando la gente vea la película, va a poder vivir en primera persona la aventura de una mujer que se mete en un país completamente ajeno a ella, del que no quería saber nada cuando viajó allí. Acude por amor a su hermana, para encontrarla, y de repente se encuentra con algo que no se esperaba, una serie de vivencias que le hacen crecer como persona. Y con esta película tengo la sensación de haber pasado por un proceso similar al de Elena, mi personaje.
Sí, porque su valentía tiene un punto de inconsciencia. Cuando tú tienes un objetivo, que no va enfocado tanto a la aventura como al amor que sientes por una persona, surge en ti una valentía algo kamikaze que ni siquiera sabías que existía.