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Simpática, comunicativa y con un físico espectacular, Adriana Abenia parecía destinada a triunfar en la pequeña pantalla. Aunque estudió Turismo, irrumpió con fuerza en la televisión de su ciudad, Zaragoza, aunque no tardaron en fijarse en ella los grandes canales nacionales. Hazte un selfi, Así nos va, Mira quién baila o Amigas y conocidas han sido algunos de los formatos en los que hemos visto triunfar a la aragonesa. Actualmente está inmersa en un nuevo proyecto empresarial que verá la luz en los próximos meses y valora varias propuestas televisivas de cara al 2018.
Tras romper su pereza y acudir al gimnasio a ponerse las pilas y desconectar, la presentadora dedica la tarde del sábado a repasar con nosotros los rincones de España donde le gusta volver y aquellos restaurantes donde le gusta compartir mesa con su marido, sus amigos y compañeros de profesión, que admite que es "uno de mis planes favoritos".
Recorrer la calle Alfonso de Zaragoza, en dirección a El Pilar, me permite viajar en el tiempo y sentirme de nuevo niña. El Ebro tiene magia cuando lo observas de cerca y comes churros y un chocolate caliente de 'La Fama' (Calle del Conde de Aranda, 29), cerca de la Basílica. Aunque yo ya no puedo hacerlo por el gluten... y me da mucha pena. El restaurante 'Novodabo' (2 Soles Repsol) y su chef David Boldova harán las delicias de todos cuantos vayan a la céntrica casa palacio en la Plaza Aragón en la que disfrutar de comida de autor. La decoración es espectacular: techos artesonados, lámparas impresionantes y unas vidrieras preciosas. Si vais a Zaragoza no podéis perdéroslo, no os arrepentiréis. Si sois golosos, como yo, acudir a la pastelería 'Ascaso' (Calle Arquitecto Yarza, 5) y pedir su famoso pastel ruso.
El Tubo nunca duerme. Las calles están salpicadas de ruido y el olor te anima a entrar a cada uno de sus establecimientos. Es perfecto para pasear, tomar una cerveza o un vino, tapear o comer pinchos. Hay mucha variedad. Cerca de Zaragoza, El Monasterio de Piedra es espectacular. Tiene una iglesia al aire libre, derruida, muy cinematográfica, que me recuerda a varias secuencias de El laberinto del Fauno. Casarse allí tiene que ser bestial, yo lo valoré en su día, pero es muy pequeñita y por fecha no pudo ser.
Soy adicta al restaurante 'Floren Domezáin' (Calle Castelló, 9), y a sus lechugas, tomates, alcachofas y huevos a baja temperatura con trufa y cama de patata. Él es un navarrico estupendo que nos hace sentir como en casa y nos llena el cuerpo de vitaminas y platos que podrían estar preparados por nuestras abuelas. Tiene un curioso huerto vertical de lechugas en la terraza. También confío en 'El Paraguas' (2 Soles), un asturiano en el que las zamburiñas gratinadas y la caldereta de rodaballo hacen que se te salten las lágrimas. Me lo descubrió mi amigo Álvaro Arbeloa y no falto nunca a mi cita allí cuando quiero comer delicioso o tengo una comida de trabajo. 'Numa Pompilio' (1 Sol Repsol) y 'Don Giovanni' (2 Soles Repsol) son mis restaurantes italianos favoritos. Allí siempre me siento una donna y me harto de queso y todos esos manjares del país transalpino.
Hay otro lugar muy especial para mí porque el arroz es una de mis comidas favoritas. En Madrid el único sitio que conozco que lo hace como a mí me gusta en el restaurante 'Samm' (Calle Carlos Caamaño, 3). Hacen un arroz tan rico que te pone los ojos en blanco. Son increíbles. Siempre puedes sorprender en esta arrocería porque las paellas no tienen nada que envidiar a las valencianas. El 'Arzábal Retiro' (1 Sol Repsol) es un restaurante en el que me siento súper a gusto. Cuando doy un paseo por el Retiro recurro a él para chuparme los dedos hasta casi dejar solo hueso, porque tienen mucha variedad (risas). Cuando hace buen tiempo es perfecto llevar a alguien a conocer ese parque y luego comer allí, porque además el ambiente es muy divertido.
Para pecar acudo a 'Celicioso' (Calle Hortaleza, 3), en el centro de Madrid, que es el templo de los celíacos, y a 'Sana Locura' (Calle del General Oraá, 49), en el barrio de Salamanca, que cuenta también con su propio obrador y tiene muy buena bollería sin gluten.
Mi día a día es una locura, me faltan horas y me sobran ganas de llevarlo todo a cabo. Al menos tengo la suerte de dormirme en cuanto me meto bajo las sábanas, pese a mis episodios sonámbulos… Intento organizarme bien para que me dé tiempo a todo. Hago deporte siempre que puedo y comer es una de mis grandes pasiones y parte fundamental de mi tiempo de ocio. No renuncio a mis pantagruélicas comidas allá donde estoy. Adoro comer, y aunque es un hándicap ser celíaca, siempre busco la manera de disfrutar muchísimos de estas veladas gastronómicas.
Viajar y comer son las cosas que más me gustan del mundo. Y puede parecer una tontería, pero conocer Florencia estas navidades, para celebrar mi aniversario de boda, es una de esas obsesiones que necesito cumplir. Nuestra habitación da al río Arno y pienso hartarme de comer pizza y pasta para despedir el año y besarme en el Ponte Vecchio.
En mayo estuve una semana en Menorca, y ya se ha convertido en mi isla favorita, junto con Fuerteventura y su maravillosa Playa de Cofete. Anduvimos kilómetros y kilómetros con mochilas para llegar a calas nudistas maravillosas, vacías, de agua turquesa casi. Merece la pena conocerlo, parecía irreal. El arroz reinó en cada una de las comidas del día en todas sus versiones: a banda, en caldereta de bogavante, negro, con leche..., en 'S'Amarador' (Calle Pere Capllonch, 42) y 'Café Balear' (Passeig es Pla de Sant Joan, 15), mis restaurantes fetiche de Ciutadella de Menorca. Me sorprendió la empatía de la gente, lo cuidado que estaba todo, sus casitas blancas, la tranquilidad, las tortugas mediterráneas en los bosques que conducían a las calas, la playa de Cavallería y del Pilar, con sus escaleras de madera y sus atardeceres naranjas... El paisaje era brutal. Estuvimos alojados en un precioso hotelito rural, 'Ses Talaies'. Menorca es un lugar imperdible en el que perderse alguna vez en la vida.
El 'Parador de Santo Estevo' (Ourense), en el corazón de la Ribeira Sacra en Galicia donde se encuentran los ríos Miño y Sil, es uno de los sitios en los que más he disfrutado. Recuerdo que nos salió un jabalí en una excusión nocturna con luna llena por el monte y, aun estando lesionada, nunca he corrido tanto y tan rápido buscando el camino de vuelta (risas). Comimos de escándalo y sumamos aventuras a la mochila. Es un sitio al que acudir cuando quieres olvidarte hasta de quién eres. El 'Cortijo de Zahara' es otro hotelito familiar al que me gusta acudir cuando bajo a Cádiz y necesito un poco de atún de almadraba –me vuelve loca el de 'El Campero' (2 Soles Repsol)– y caminar descalza por la playa cuando se apaga el sol. El trato es espectacular y está cerca de lugares con alma que te hacen sentir viva. Lo recomiendo. Que nadie dude en dejarse querer por esa tierra.