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Adentrarse en La Vera tiene el encanto de que antes de llegar hay que empezar a subir la Sierra de Gredos. En la comarca del Campo Arañuelo se encuentra Talayuela, un municipio que sirve de entrada a la sierra. Desde la carretera se aprecian esas vistas que ofrecen las montañas a lo lejos, insinuando sus encantos escondidos y llamando a los que se avecinan desde la llanura. Sin embargo, Talayuela merece una parada y no por ese primer campo de golf público de Extremadura, diseñado por el golfista Severiano Ballesteros, más bien por la naturaleza que crece alrededor del río Tiétar, afluente del Tajo.
CUADERNO DE VIAJE: RESUMEN DEL VIAJE | CONSEJOS | COMPRAS | SELFIES
Cuando realizamos este viaje a la dehesa –eternamente verde por arriba; se encuentra ahora seca y ocre por abajo– se suman las extensiones de las plantaciones de tabaco, cultivo común en esta tierra. Hay que bajar la ventanilla e impregnarse del olor a tierra mojada de los aspersores regando. Se trata sin duda de la fragancia predominante en estos lares durante el verano y aún las primeras semanas del otoño cuando la recogida del tabaco rubio llega a su fin. Con la humedad en la nariz y el verdor en los ojos, salimos de Talayuela dirección Jarandilla, y a unos tres kilómetros, justo antes de pasar el puente que atraviesa el río Tiétar, un pequeño desvío a la derecha ofrece la posibilidad de aparcar el coche para realizar una primera parada. Los Pinares del Río Tiétar se han convertido en Corredor Ecológico y de Biodiversidad que dispone de varios recorridos senderistas.
Durante la tarde, los locales agotan el buen tiempo yendo a pescar o a pasear por la ribera de este grande verde que vierte sus aguas sobre el Tajo en Monfragüe. Sus senderos son capaces de devolver el sosiego a las almas más inquietas, solo el murmullo de las aguas, el giro cadencioso de los aspersores cercanos o el canto de las chicharras se atreven a desafiar al silencio. En un tramo del río, el antiguo puente se mantiene erguido a duras penas recordando otro tiempo, mientras una mujer anima a su perro a darse un chapuzón en las aguas templadas del río. ¡Cuidado con los baños en el río! Hay zonas peligrosas. Siempre que uno quiera remojarse, lo mejor es preguntar a los paisanos, ellos sabrán indicarle las partes más seguras.
Incluso con el verano bien avanzado, el verde se mantiene intacto entre sus bosques de álamos, pinos y robles, mientras las moras espolvorean con sus colores los caminos. Aquí son frecuentes los tréboles de cuatro hojas, y no es una cuestión de suerte por mucho que algunos se empeñen, es que existe una variedad que efectivamente tiene la cantidad del amuleto más popular. Otras curiosidades se revelan para el que sabe mirar: abundan los caballitos del diablo, que no son corceles de Lucifer, sino más bien unas libélulas de un azul intenso (en el caso de los machos) y verdes, (las hembras). Toda esta biodiversidad se inicia en la puerta de La Vera, como se conoce a Talayuela, y se extiende por la comarca de la sierra.
La carretera muestra de nuevo el cultivo estrella de la zona, el tabaco, con sus secaderos de piedra salpicando el paisaje vigilado siempre por las montañas. Comienza la subida hacia Gredos con un baile de curvas suaves y a escasos kilómetros entramos en Jarandilla de la Vera. Pero antes de adentrarse en la historia del pueblo, aconsejo seguir empapándose de naturaleza, tan cambiante y espectacular en La Vera.
La garganta Jaranda, caudalosa y cristalina como la mayoría de los cauces de la comarca, va dejando a su paso impresionantes pozas en las que refrescarse en los días de verano, pero también hermosas piedras en las que sentarse a ver la vida pasar en otoño o invierno. Quizás la grandeza de este territorio, bendecido con un microclima que alivia el calor estival y el frío invernal, yace en una naturaleza que, por mucho que cambie con las estaciones, uno no se cansa de mirar nunca.
Hasta el Charco del Puente Parral se puede llegar en coche y atravesar su pasarela medieval, construida sobre los restos de uno romano, que se eleva sobre la garganta. A mediados de septiembre se desmonta el dique que permite la formación de una piscina natural, pero si viaja en otras fechas, el espectáculo es igualmente cautivador. Recomendamos selfie o fotón para Instagram en el primer puente que aparece en esta ruta sobre pozas de aguas cristalinas. Eso sí, imita las costumbres locales. El lugar es silencioso incluso cuando está lleno de veraneantes refrescándose, aquí el respeto por el entorno es una máxima que se ha extendido más allá de los vecinos.
Después de tanta naturaleza, adentrarse por las calles de Jarandilla es un bonito paseo por la historia. El pueblo está estrechamente ligado a Carlos V, quien decidió pasar unos meses en el castillo-palacio de los Condes de Oropesa, hoy Parador Nacional, hasta que el Monasterio de Cuacos de Yuste estuvo listo para su retiro. Su patio de armas bien merece pararse a tomar algo mientras se observa sentados en su terraza. Si busca algo más escondido para descansar está el bar-restaurante 'Rincón de Altozano', donde lo más impresionante es su pasadizo del siglo XIII que se puede visitar. Un secreto sensacional bien guardado por los jarandillanos.
Hay tiempo para hacer algunas compras, especialmente en esas pequeñas tiendas que se han llenado de productos locales en la calle principal. En 'Aromas de Extremadura' atiende al público, desde hace 11 años, Antonio Fernández. "Todo lo que vendemos es artesanía 100 % hecho en la zona. Desde la cestería de mimbre o las cabezas de esparto, que viene de tierras extremeñas, hasta nuestro famoso pimentón de La Vera o las mermeladas caseras", asegura antes de mostrarnos la trastienda donde se acumulan objetos antiguos para que el que quiera arriesgar más en cuestión de souveniers. Es buen momento para llevarse quesos o morcillas patateras o de calabaza de la región. No falta un detalle en este pequeño comercio, donde incluso hay imanes para nevera hechos a mano con miniaturas de algunos productos emblemáticos.
Antes de ir a cenar, nos adentramos hasta encontrar entre las callejuelas 'La posada de los sentidos'. La oferta hotelera es amplia en Jarandilla, y si no se opta por el Parador, hay un abanico de opciones para elegir. Sin embargo, esta posada –una antigua casa de pueblo reformada– es original y cuenta con una bodega a su entrada y un patio al final, que marcan la diferencia. Con cinco habitaciones, la principal dispone de una terraza para embobarse viendo la sierra.
Después de descansar lo suficiente como para darle tiempo a las ganas de un paseo nocturno, recorremos Jarandilla a la luz de las farolas. En el restaurante 'El Labrador' reponemos fuerzas con platos que devuelven su protagonismo a la carne local con una revisión interesante, como las carrilleras con curri o el rosbif de presa. Un broche final sabroso para nuestro primer día.