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Son las 17:30 horas cuando 11 niñas vestidas de uniforme, recién salidas del cole, cruzan la puerta de la floristería Elena Suarez&Co. Es la primera vez que sus madres las traen a un taller de flores y están nerviosas. Lo primero que llama su atención es un stand con deliciosos sandwiches rodeados de tulipanes, que atacan sin piedad.
La artífice de este taller, Elena Suarez, entró en el mundo de las flores y las plantas casi por casualidad. “Cuando fui a casarme intenté buscar un sitio de flores que fuese acorde a mis gustos y a lo que me había imaginado y no encontré nada, entonces decidí hacerlo yo misma”. Elena ejercía como arquitecta y continuó dedicándose al diseño, pero cambió los edificios por flores.
En pocos minutos, 10 niñas y un niño, el hijo de Elena, están sentados frente a un jarrón lleno de agua y un manojo de flores y hojas verdes. “¿Quién quiere empezar el taller?”, pregunta Elena. “¡Yo!”, exclaman Mafalda, Martina y Elena al unísono.
“Lo primero que hay que hacer es limpiar las flores. Les quitamos hoja a hoja, con cuidadito”, explica Elena. Parece una tarea fácil y mi hija Lucía, entusiasmada con su misión, va pelando las hojas de un tulipán como si se tratase de un plátano. Pero… ¡Ay!, al continuar con el clavel, lo hace con tal fuerza que lo decapita. Su cara de susto me hace reír. Trato de tranquilizarla. “Después la ponemos bien colocadita en el ramo y ni se nota”. Sonríe y continúa con un narciso.
Elena va contando a los niños el nombre y procedencia de cada flor. Ha llegado el momento de hablar del ranúnculo, lo que provoca las risas de los pequeños. Jorge -el hijo de Elena, que ya tiene experiencia en estas lides- explica a sus compañeros entre risas que son flores que nacen en los charcos, como las ranas, y por eso tiene ese nombre tan gracioso.
La anémona, con un aspecto muy parecido a la amapola, es la preferida de las niñas, que hoy son mayoría. “Porque es fucsia y muy suavecita”, dice Martina, a quien también le ha gustado mucho el “ranúnculo”.
Me cuenta Elena que, durante el confinamiento, “la gente se encerró en casa y se dio cuenta de lo que te llena tener la casa bonita, de la alegría que dan las flores. Además, son muy agradecidas, porque un sofá o un cuadro no lo puedes cambiar todas las semanas, pero las flores sí. Cada semana puedes cambiar la decoración de tu casa escogiendo un ramo diferente”. Así que el taller ElenaSuárez&Co, que nunca llegó a cerrar, activó la suscripción mensual o semanal de flores a particulares.
También durante ese periodo nació su colección de talleres. “La gente volvió a aficionarse a las manualidades, al “hágalo usted mismo”, empezó a mostrar interés por aprender a hacer sus propios centros, sus propias coronas de flores, sus propios ramos. Hoy hacemos talleres para profesionales y para particulares. El taller de los niños surgió hace poco tiempo, al ver a mis hijos en el taller cómo se entretenían haciendo ramilletes… Lo pusimos en marcha hace un mes y tenemos lista de espera”, desvela.
Leticia, la madre de Mafalda, que solo tiene tres añitos, ha traído a su hija al taller porque quiere que vaya familiarizándose con las plantas. No sabe cuánto aguantará concentrada, pero comprueba con alivio que la niña está muy entretenida, más aún cuando escucha que es el momento de usar la tijera para podar.
Ha llegado el momento de cortar las hojas verdes, que harán de cama en el ramo. Elena explica a los niños que “es importante que el tallo no tenga hojas que toquen el agua, porque se ensucia y contamina las flores”. El manejo de las tijeras de cortar provoca una emoción infinita en los pequeños. Tijeras en mano, se sienten poderosos y quieren cortarlo todo. Menos mal que están ahí sus padres y madres para pararles los pies.
Victoria, la madre de Carmen y Victoria, ha traído a sus hijas porque le parece una actividad muy original que pueden hacer juntas. “Me gusta que hagamos cosas juntas. El otro día hice con ellas un taller de cocina y hoy nos hemos venido a este, un acierto total. Es entretenido, pero, sobre todo, muy relajante manipular las flores”.
A continuación, Elena explica a los niños que hay que cortar el tallo de las flores en diagonal para que absorba mejor el agua del jarrón. Y cada niño empieza a colocar los tallos dentro del jarrón. Elena lo tiene claro: “Los niños son muy libres, no les importa si lo hacen bien o mal y tampoco están pendientes del ramo que hace el de al lado. Hacen composiciones chulísimas”. Al final del taller, cada niño y niña posa orgulloso para una foto con su ramo, que después se llevará a casa. Al final no sólo la música amansa a las fieras, las flores también tienen su efecto.