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“Lo primero: ¿Dónde estamos? Estamos en el monte de Pinar Grande, en concreto en el Aula del Amogable”, arranca Noelia Gómez, de Biosfera Soria, ante una pequeña audiencia aún algo distraída. La pista forestal desde el municipio de Navaleno lleva a una senda que desemboca en la antigua casa del ingeniero. Allí, este sábado de octubre un grupo de niños con suerte ultima los preparativos para su misión: capucha, cuchillo de madera y cestas para compartir. Basta un vistazo para comprender que, a pesar de su juventud -alguno no llega a los 6 años- no es la primera vez que lo hacen, pero se confirma tras la siguiente pregunta: “¿Quién de aquí ha ido a por setas alguna vez?”. Todas las manos se levantan felices al momento.
Emma cuenta que recogió seta de cardo y Julia, boletus. El público celebra asombrado aunque lo que vamos a hacer hoy no es exactamente eso. “La idea de este taller de micología para niños no es tanto iniciarse en la recolección sino enseñar algunas claves para la identificación”, explica Noelia a Guía Repsol, desde un paraje perfectamente elegido para ello. Tras las primeras presentaciones y comprobar que “todo el mundo tiene su arma” los participantes, que cuentan con entre cinco y doce años, ya están deseando echar a correr. Apenas se han conformado los grupos para esta especie de reto colaborativo y ya se ha desmontado el primer mito: “No todas las setas llamativas son venenosas”.
Cuando Noelia los percibe receptivos, aprovecha para introducirles conceptos básicos de educación ambiental: “De hecho, las setas no son venenosas, ni tóxicas, ni malas, son comestibles o no lo son. Las setas no están ahí solo para que nos las comamos nosotros, tienen una función muy superimportante en el monte”. Pero ahora, toca salir a trotar en busca del primer objetivo: una amanita muscaria, aquí también conocida como Toad, el personaje del videojuego Mario Bros. Después de que un representante del equipo más rápido la haya arrancado haciendo palanca con el cuchillo, anotamos mentalmente otro apunte: “Para identificar la seta, la tenemos que ver completa, si la cortamos perdemos información”.
Ya con ella en la mano y a la vista de todos, se comienzan a señalar algunas de sus partes. Aprendemos que la parte de arriba se llama sombrero, que la parte enterrada se llama micelio y no raíz, y que la parte de abajo que sí vemos se llama pie, aunque en alguna que otra ocasión durante la mañana se sigue escuchando un: “¿He oído la palabra tallo?”, por parte de la educadora, con las correspondientes risas de los niños. También se explica que algunas (como esta) tienen un anillo en el pie y que se llama volva la estructura con forma de cuenco que tienen en la base algunas especies (como esta). Del mismo modo tomamos nota de que el himenio es la parte de abajo del sombrero, y que en el caso de la amanita objeto de la observación, tiene láminas.
A colación del siguiente objetivo, el pedo de lobo, se explica que las esporas de las setas -con lo que se reproducen- pueden salir por las láminas, por los poros -“una especie de de tuberías muy pequeñitas”- o por los aguijones, y luego son el agua y el aire los que las distribuyen. Como en este caso no tiene ninguno de los tres, se abre una agujero en el sombrero para expulsarlas. Ya todos sabemos que se trata de esporas, pero es inevitable la exclamación: “¡Ha sacado humo!”. Y es que verdaderamente tenemos entre manos un hongo humeante. Todos quieren sacar ese humo y aunque hoy se permite, Noelia avisa: “No podemos ir al monte a hacer eso porque lo hace la seta de manera natural”.
Los repentinos especialistas seteros, redirigidos constantemente con éxito por las monitoras Nerea y Celia, ahora quieren saberlo todo. Preguntan por cada seta que nos encontramos en la zona del bosque cercana al aula, pero solo conoceremos un par más, “que si no acabáis con la cabeza llena de nombres”. Para identificar la penúltima, Noelia lanza la adivinanza: “Piel de… un animal que empieza por "c" y que vive de manera salvaje en los montes de Soria”. Después de probar con cerdo o caballo, surge efectivamente el corzo. Vemos que la seta piel de corzo es de las que tienen aguijones y se parece a la lengua de vaca pero en lugar de blanca es marrón. “Antes las abuelas las dejaban secar y las usaban como sazonador”, cuentan a los niños mientras todos la acarician como si estuviera viva.
Hablando de comida, hay quien se empieza a acordar del almuerzo, y el último ejemplo lo encontramos de camino a la sala donde tendrá lugar la segunda parte del taller. Como pistas tenemos que solo salen en las orillas de los caminos, que tiene una forma atípica, como de paraguas cerrado, y que son de color blanco. Cuando el grupo se hace con ella, puede comprobar que “se parece a un pulpo porque echa tinta”. Se le llama barbuda aunque su nombre científico, Coprinus comatus, tiene más éxito porque recuerda a “hechizo de Harry Potter”, y a “diplodocus”. Tras una petición de silencio para no molestar al resto de personas que hoy están en la zona el grupo se dirige, ahora sí, al edificio del horno.
Además de todo lo aprendido durante la incursión el grupo entiende que “cuando vamos a por setas no mezclamos, dejamos una cesta para las cosas raras y otra para las comestibles”, que si tenemos dudas no podemos tocarlas “porque no nos la podemos jugar” y que “para coger setas hay que tener licencia”. Y también conocemos otros detalles no tan técnicos pero tanto o más importantes, como que Candela ha cogido una seta para su yaya, que Marcos sabe identificar una rúsula él solo, y que Emma había escuchado -con razón- que existe una seta que baila. También tenemos todos claro que cortar una seta resulta “satisfactorio y blandito” y que hoy “si fueran cromos los tendríamos casi todos repes”.
Para digerir toda esta información, el grupo se dispone a cocinar. “Vamos a simular un postre donde nos encontraríamos una seta”, anuncia Noelia. Machacar galletas que representan los diferentes sustratos, aplicar mousse de fresa con manga pastelera para simbolizar el micelio y espolvorear virutas de colores como si fueran las ramas, hojas y piñas, son los pasos a seguir antes de colocar la guinda del pastel: un flamante regaliz rojo coronado con una frambuesa natural. Después de colocar “su seta” en la parte que cada uno prefiera del vaso, “porque las setas crecen donde quieren”, toca ir pensando en volver a casa.
Unos terminan su creación, otros hojean los libros sobre setas que tienen a mano y algunos se van poniendo abrigo. Bruno es uno de los asistentes que también participa en Guardianes de la Naturaleza, por eso sabe por ejemplo que ahora hay más ardillas y cómo es exactamente un cormorán. Estas clases extraescolares también las imparte Biosfera Soria, la compañía de consultoría y educación ambiental anfitriona, que además gestiona el Amogable. Como la mayoría de sus actividades son en el exterior, casi toda su oferta de planes -tanto como con niños como para público general- es estacional, y ahora lo que sobrevuela es “Halloween, la trufa, la nieve”. Dan ganas de acudir a todos.
“Después de la salida a campo, en este tipo de talleres siempre hacemos algo que se puedan llevar a casa”, explica Noelia, mientras los ahora reposteros van saliendo del edificio del horno, sujetando con ambas manos el dulce resultado de la actividad de hoy. Ya hay alguna madre esperando sonriente, compartiendo espacio con los participantes del curso de iniciación para familias que también se imparte hoy aquí. Antes de irse, los pequeños se turnan la lupa para ver los poros que se han identificado también con el tacto un rato antes y justo entonces, llega el colofón de la mañana, un boletus canónico que se siente como triunfo grupal: “¡Estaba justo ahí y los mayores no lo habían visto!”.