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“Carlota, necesito que tus amigas y tú me digáis qué planes os gustaría hacer con los padres en las vacaciones de Navidad. Es para un reportaje para la Guía Repsol”, le pregunté a mi hija, de 17 años. “Mamá, los planes que queremos hacer mis amigas y yo en navidades no es con nuestros padres”, me respondió ella sin dudarlo un instante.
“Bueno, ya, pero hija, algo os gustará, ¿no? Qué desagradable, oye”, le dije, haciéndome la ofendida. “Buenoooo, deja que piense y que les pregunte y te cuento”, respondió. “Imagina que estás en una ciudad que no es la tuya, que Valencia no es tu ciudad y estás aquí de vacaciones. No tienes más remedio que salir con tus padres a patear las calles. Pregúntales eso, también. La opción de quedarse en el hotel o en casa todo el día, no cuenta”, le dije.
Varios días después vino con un listado, corto, eso sí, tras el trabajo de campo hecho con sus amigas. Amigas de su edad, con hermanas menores, con primos que vienen de otras ciudades a pasar la Navidad. Y de ahí y de las charlas con mis amigas, que tienen hijos aún pequeños, de los que hay que sacar de casa sí o sí, ha salido este relato.
Cómo pasar unos días de vacaciones de Navidad sin tedio en Valencia, arrastrando a chavales adolescentes y carreteando niños revoltosos. ¿Cómo hacerlo sin caer en los tópicos a todas horas? ¿Cómo entretenerlos más allá de las cabalgatas, las compras, las luces navideñas? Pues esta ciudad está llena de posibilidades. Acompaña el clima para hacer actividades al aire libre, acompaña el tamaño de la ciudad, que no se desborda, acompaña la calidad de los acontecimientos. Valencia es una ciudad amable para estar con niños, así que allá vamos.
Hay sitios para merendar, para pasear, para columpiarse y tirarse por toboganes gigantes, hay actividades culturales chulísimas -y así los padres sienten que no están perdiendo tranquilamente un día entero viendo crecer la hierba-, hay lugares para sestear al sol, jardines hermosos para patear por la noche con luces esplendorosas, locales para almorzar -pero almuerzos de los nuestros, el esmorzaret tradicional- y para comer sin parafernalias. Valencia enciende las luces navideñas y se pone lúdico festiva.
Arrancas el día con un desayuno en ‘Dulce de leche’. Tiene cuatro establecimientos repartidos por la ciudad, en el centro, pasando por la Ciudad de las Artes y el barrio de Russafa. Desde que la pastelera Elisabet, llegada desde Argentina, se instalara en la ciudad en 2003 -el nombre de su cadena nace de su asombro al comprobar que en España no conocíamos el dulce de leche-, el lugar no ha dejado de crecer y de triunfar entre todo tipo de público. Se pueden tomar batidos, dulces caseros de todo tipo, bocados salados, tartas gloriosas, alfajores, merengues, zumos, capuchinos. Y es perfecto para arrancar el día o para merendar. Y, además, tienen una oferta más ligera con zumos de fruta y comida vegana. Están situadas en lugares bulliciosos, barrios distintos y todos tienen terrazas amplias.
Hemos acabado de desayunar. Pateamos todas las plazas peatonales de la ciudad: la plaza del Ayuntamiento, la plaza de la Virgen, la plaza de la Reina…¿Y si nos vamos de pícnic al río? Venga. Parada obligada en el Mercado Central, que es un sitio a visitar en sí mismo, compremos o no, y en el puesto de ‘Uno’ compramos las cajas primorosas que prepara ex profeso para estos momentos con bocadillos recién hechos con productos del mercado y un buen pan, ensaladas, empanadillas o croquetas y bebidas de todo tipo. Con eso nos vamos a dar un largo paseo río arriba, por ese cauce glorioso que vertebra la ciudad, por ese Jardín del Turia que permite tumbarse, ir en bici, correr, soltar a los niños sin temores. Ahí abajo, en ese inmenso bosque, que era el antiguo cauce natural del río Turia y que estuvo a punto de convertirse en una carretera, no hay coches, ni peligros infantiles, todo es plano, verde, luminoso.
Es la hora de comer. Vamos a por el pícnic, tumbados en la hierba bajo los pinos. Es más barato y más fácil y más divertido. Es un plan familiar imbatible. Hemos llevado un mantel gigante y el sol de diciembre mediterráneo es ejemplar. Los niños incluso sestean un rato después de zampar. Ese día todo está permitido.
Para Raquel Ejerique, una madre de dos niños de dos años y medio y de cinco, que llegó a Valencia hace dos años a vivir, el plan del río y las bicis fue todo un descubrimiento. “En Valencia es fácil que salgan días casi calurosos en Navidad, así que nos gusta mucho alquilar unas bicis y bajar al cauce del río. Ponemos al peque en una de las sillitas y empezamos por el parque Gulliver. Vamos viendo la Ciutat de les Arts, el Hemisféri, el Ágora y, si da tiempo, nos tomamos un aperitivo en cualquiera de los chiringuitos del río. Seguimos hasta el tinglado del puerto, nos sentamos en uno de los muelles a ver pasar los barcos y, si nos pilla con ganas, seguimos hasta la Patacona y comemos en la terraza de ‘La Más bonita’, por ejemplo”.
Otro plan perfecto para un día perfecto, según Raquel, sería este: “Empezar por el Mercado de Colón, por ejemplo, que tiene un gran árbol repleto de regalos y luces. Vamos allí porque a los niños les encanta, aunque se pasan el rato subiendo y bajando las escaleras mecánicas, eso sí, pero bueno, disfrutan. Allí también se instala un mercado navideño y aprovechamos para comprar algún regalo, por ejemplo, les compramos a mis padres una figurita para el belén. De ahí, por la calle Jorge Juan, nos vamos hasta la plaza del Ayuntamiento, al tiovivo que instalan todos los años, y rematamos con un chocolate con churros en ‘Chocolates Valor’ de la plaza de la Reina o en la horchatería ‘Santa Catalina’”, que en invierno se lanzan al chocolate a la taza con buñuelos.
Ana Mansergas tiene tres niñas, una de seis años y dos bebés de un año, así que, una vez vencida la logística, un plan estupendo para una tarde navideña es el Bioparc, por ejemplo. Eso sí, solo para los padres muy entregados, muy motivados. Tras la visita al parque, que siempre es un diez para los niños, el Bioparc tiene otro plan de choque: el poblado de las Jaimas. Es un lugar perfecto para visitar con niños, que pueden campar por sus fueros en la amplísima plaza exterior. Desde el 21 de diciembre al 5 de enero se instala este poblado de estética bereber, con todo lo que hay que tener para fascinar la mirada infantil. Ya saben: las cartas a los emisarios de los Reyes Magos, los juegos, talleres, cuentacuentos… Todo es accesible y gratuito.
Vamos a dedicar otro día a la cultura. A una cultura desenfadada, versátil, divertida. Es perfecto para los menos pequeños, para los adolescentes. De hecho es un lugar que suelen visitar a solas, ellas sobre todo, las chicas que quedan una tarde cualquiera. Les interesa su contenido, sienten que las interpela. Es hora del Centre del Carme de Cultura Contemporánea (CCCC), que es el centro cultural y museístico más vivo y más pinturero de todo Valencia.
Bulle por dentro como pocos centros culturales -me atrevo a decir que como ningún otro centro cultural-. En Navidad hay actividades todos los días para asistir con los niños, tiene un claustro gótico preciosísimo por el que transitar. Sientes que allí dentro todo va bien. Hay luz y color, arte, algarabía. Encontrarás una exposición especial para nutrir tus sentidos si eres adulto, actividades de todo tipo. Quizá música, quizá cine, quizá performances. No vas a querer salir. Irás de sala en sala, visitándolo todo, comiendo cultura. Y tus hijos, también.
Para estas navidades hay un par de planes insólitos y muy interesantes. Uno de ellos propuesto por el colectivo Pedagogías invisibles y dedicado a todos los que visiten el centro de 0 a 99 años. Es interesante porque va directo a nuestros apetitos consumistas y absurdos, que se desbaratan más en estos tiempos. Se trata de un taller que analiza de dónde vienen nuestros deseos “necesito un ordenador nuevo, necesito esos pantalones que vi en la tienda, una bici nueva” e intenta reflexionar sobre la diferencia entre desearlo y necesitarlo.
Llega la noche y paramos en el bar ‘Congo’ antes de regresar, un sitio ideal para picar sin emplatarse, cómodo, rápido. Los conguitos, que son unos bocadillitos hechos en el momento, son perfectos para los pequeños de la casa. Y mañana, otro día.
Y empieza otro día. Hemos visto las cabalgatas, las luces, las plazas peatonales… Vámonos al Parque Gulliver, que acaban de remodelar y se ha convertido en un lugar de recreo más transitado de la ciudad. Eso sí, está teniendo tal éxito que las colas para subir y bajar del gigante son largas todo el año, así que imaginamos que en Navidad será peor. Por tanto, la alternativa: ¿por qué no la playa?
Claro que sí, la playa, siempre la playa. Las mañanas mediterráneas son soleadas incluso en diciembre, así que un paseo por el paseo marítimo será perfecto, un vermú en cualquiera de los chiringuitos y un arroz en ‘La Marítima’ (Recomendado por Guía Repsol), en el edificio soberbio Veles e Vents, que es perfecto para soltar a los niños frente a la dársena o en la gigantesca explanada/terraza que tienen. O en ‘Casa Carmela’ (Recomendado por Guía Repsol), lugar mítico de la playa de La Malvarrosa para los muy, muy arroceros.
Recibo un whatsapp de mi hija:
- Mamá, que ya sabemos un plan para estas Navidades, que tenemos más dinero: ir a las tiendas de segunda mano que hay en el Carmen. Y además ya hemos quedado para ir a patinar sobre hielo, a la Plaza del Ayuntamiento.
- Vale, pasaos por la tienda ‘SoHo’ del Carmen. Es mi favorita. Y cómprame algo.
Feliz Navidad a todos