Actualizado: 05/04/2020
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La barra fresca, ácida y picante de Bérgamo y Correa
¿Soñabas con una Semana Santa de museos, jugando al cultureta con tus hijos? No renuncies a ello. Hay otros modos de ver en familia obras clave de nuestra pintura, como si de un apasionante juego de pantalla se tratara. Encierran humor, encanto y misterio. Aquello de aprender divirtiéndote, con el Museo del Prado es una realidad.
Celia Guilarte Calderón es conservadora del Museo del Prado de Madrid y le encantan los niños. "Los niños se toman la vida muy en serio. Desde que nacen, no desaprovechan ni un solo minuto y se entregan al instante, insaciables de experiencias, suben, bajan, ríen, lloran, todo les fascina y todo al mismo tiempo", relata la conservadora y responsable de Relaciones Institucionales.
Ella sabe contarles historias a los suyos y nos ha hecho una selección para navegar por joyas del Museo, ya sea jugando al "Veo, veo", buscando un personaje tipo Wally o descubriendo secretos de cada cuadro. Guilarte defiende que "los museos les sientan bien a los niños, porque hablamos el mismo idioma, porque somos depositarios de la materia prima de la que ellos rebosan y que solo el tiempo desgasta: la creatividad".
Como "siendo niños todo es posible", dice Guilarte, esta Semana Santa es perfecta para pasear por el Museo del Prado desde casa. Dos personajes infantiles de esa gran pinacoteca, la Infanta Margarita (Las Meninas) y el Infante don Carlos (La familia de Carlos IV), acompañan estas historias.
El asombro, la curiosidad y la extrañeza son la mejor vía para aprender, y nada en este jardín (el vídeo que abre el reportaje) es normal. Barrigas, narices, lagartos, lombrices, delfines volantes, orejas rodantes, ojos boquiabiertos, escobas perdidas, barcas aturdidas, vómitos, heridas, muertos… Alberti lo describió mejor que nadie porque utilizó la poesía.
Nuestra afición por las buenas historias es resultado de nuestra infancia. Y Velázquez es el maestro en el arte de la narración: en esta obra todos los personajes están pendientes del mensajero, conectados en sus reacciones, actuando entre sí, en una interpretación magistral.
La pintura románica no tiene volumen, ni profundidad, cambia de escala, altera el color, otorga vida a cosas inertes… Recrea un mundo lleno de símbolos, sin pretensiones en el resultado, como hacen los niños en sus dibujos, siempre inacabados.
Aunque hoy nos resulten inmóviles, para una persona de la época en que fue pintada esta obra, los colores estaban siempre en movimiento. Tal vez por ello ninguna de las figuras esté firmemente apoyada sobre sus pies…
“Qué es o sea la belleza, lo ignoro”. A lo largo de su vida Durero busca una definición de belleza que se le escapa… aunque en este retrato parece que representa en su propio aspecto a los veintiséis años.
Los juegos de los niños no son juegos, deben considerarse sus actos más serios, lo decía Montaigne. El agua a punto de rebosar, el brillo del metal, el fondo oscuro… todo es ilusión, todo es juego en este bodegón.
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