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Durante 27 kilómetros el río Duratón discurre por un cañón con caprichosos meandros y paredes de hasta 100 metros de altura. Es una imagen perfecta para colgar en Instagram pero, además, este paisaje se ha convertido en el hogar de más de 400 especies de aves, entre las que destaca el buitre leonado, el águila real y los halcones peregrinos. Estamos en Segovia, accediendo al Parque Natural de las Hoces del río Duratón desde el municipio de Sepúlveda.
"La temporada de kayak acaba de empezar hace un mes, el río esta con su máximo caudal y aunque la época de cría va de enero a julio, ahora mismo estas están empezando a salir y es cuando más se las ve", nos asegura Ángel Carreras, dueño de la empresa Andatura, mientras nos lleva a varios grupos de familias con niños en un autobús hasta el embarcadero.
Intento explicarle a mi hijo que los pájaros que vamos a ver en este lugar son más grandes que él (la envergadura del buitre leonado puede llegar hasta los 260 cm) pero, acostumbrado a ver los pajaritos de ciudad, me mira incrédulo. Con los chalecos ya puestos bajamos con nuestras palas hasta la minúscula playa que sirve de punto de salida para el paseo en kayak.
"Lo más importante es disfrutar de la actividad y del parque natural en silencio. Se puede hablar y se puede reír, pero hay que evitar gritos porque las crías están en los cortados y se pueden caer al agua y ahogarse. Es fundamental que vivan aquí". Es la premisa de una de las pocas empresas que están autorizadas por Medio Ambiente para trabajar dentro de este espacio natural. "Se nos exige que los grupos sean pequeños y que guardemos distancia entre ellos para hacer el menor ruido posible y no molestar a los animales", son algunas de las normas que tiene que cumplir la empresa de Ángel.
Ponemos el kayak en el agua y empezamos a remar. Estamos inmersos dentro de un paisaje de película y tenemos una compañía excepcional. Enseguida empezamos a ver águilas y alimoches sobrevolando nuestras cabezas. Majestuosos, imponentes, con una envergadura difícil de imaginar en la distancia. Para ver sus nidos hay que fijarse bien, porque se camuflan entre el color de las rocas, pero algunos están bastante cerca del agua y podemos incluso ver a las crías.
La ruta dura aproximadamente tres horas pero resulta fácil para hacer con niños de todas las edades. Se recorre prácticamente toda la reserva, haciendo paradas en los puntos más importantes para explicar la historia y las leyendas, como la de la Ermita de San Frutos o la del Monasterio de Nuestra Señora de la Hoz. Remar resulta sencillo y apenas requiere esfuerzo. La sensación general es de paz y relax, de estar en contacto con la naturaleza en un lugar privilegiado. Sin duda, una experiencia totalmente recomendable.