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El Parque Natural de Bardenas Reales, de casi 42.000 hectáreas, tiene varias entradas. Las dos principales son las que salen de Arguedas y desde Carcastillo. Nosotros elegimos ésta última para hacer el mismo recorrido que miles de ovejas que, coincidiendo con el final del verano, bajan desde los Pirineos.
Vamos a subir tres de las modestas cimas del parque natural, son las tres más conocidas y las que se pueden distinguir desde casi cualquier punto de las Bardenas: Piskerra, Ralla y Rallón. Esas serán nuestras tres pequeñas cumbres en una ruta de unos 14 kilómetros en la que no tendremos que subir ni bajar grandes desniveles.
A la reserca solo se puede entrar a partir de una hora antes del amanecer, así que salimos a eso de las 06:00 de la mañana desde la localidad de Murillo el Fruto. Tras coger el desvío de Carcastillo, recorremos una veintena de kilómetros a través de una pista no asfaltada en la que tenemos que circular despacio con nuestro vehículo. En el desvío de Arguedas giramos a la izquierda y recorremos un par de kilómetros más hasta situarnos en un pequeño parking junto a las instalaciones del polígono de tiro.
La perrita Mari ya tiene ganas de bajar del coche. Para ella es un terreno totalmente nuevo y desconocido; es pastora y las ovejas que ya ha ido viendo por el camino son un aliciente más. Desde el punto de salida y con las primeras luces del día ya podemos observar el recorrido que vamos a realizar. Lo haremos en el sentido de las agujas del reloj. No tiene pérdida. Eso sí, no debemos salirnos en ningún momento del terreno ya pisado. Es una zona en la que cualquier injerencia humana resulta muy dañina, muy expuesta a la erosión y a los desprendimientos.
Empezamos a caminar por la pista que nos lleva hasta la primera cima del día, el Piskerra, en pleno corazón de la Bardena Blanca. Antes de dirigirnos a la cima hacemos una parada en el mirador que hace de atalaya de buena parte del parque. La subida se hace a través de unas escaleras que están en bastante mal estado. Es quizá el tramo más complicado de la ruta. La perrita Mari la sube sin problemas, pero a los humanos nos convendrá ir prestando atención y, si es con el culo agachado y ayudándonos de las manos, mucho mejor.
Llegamos a la atalaya, una pequeña chabola solo con las paredes y el techo. La vista desde su única ventana es espectacular. El sol comienza ya a apretar, así que es buen momento para hidratar a nuestras mascotas. Recordad que es una zona casi desértica y que el agua es muy escasa. Desde ahí hasta el Piskerra el camino está marcado y, tras otra pequeña subida por una pedrera, nos plantamos en la cima. Aunque estamos parados, no tenemos que soltar a los perros. Además de evitar que molesten a otros animales, evitaremos que, si escuchan alguno de los aviones que sobrevuelan con su molesto sonido la zona, puedan asustarlos y traten de huir.
Tras descansar y contemplar la magnífica vista 360 grados que tenemos, comenzamos a descender. Lo hacemos por la misma senda por la que hemos subido. Deberemos tener cuidado, ya que la pendiente, aunque corta, es importante y el terreno está bastante descompuesto. El único peligro es que nuestra mascota quiera bajar más deprisa que nosotros y eso nos lleve a darnos un resbalón con el consiguiente culetazo. No está demás llevarnos un cepillito para ir limpiando las patas y las almohadillas de los canes, el terreno es arcilloso y si ha llovido o tenemos humedad, se les hará una masilla bastante incómoda para andar, así que lo mejor es ir echándoles un vistazo cada poco para que vayan cómodas.
Del Piskerra a la Ralla y al Rallón, nos dirigiremos por la Cañada Real de los Roncaleses, que es la arteria que vertebra la zona del parque por la que podemos cruzar. Nace en los Pirineos y viene a morir al corazón del parque natural. Llama mucho la atención. Es una calzada que nace en una de las zonas más lluviosas de España y muere en una de las más secas.
Son las 10:00 horas de la mañana y el sol ya aprieta. Paramos de nuevo a beber agua y con los prismáticos podemos observar a los buitres encima de nuestras cabezas. Si estamos de suerte, podemos cruzarnos con águilas, búhos, ginetas y algunos reptiles que campan a sus anchas entre los matorrales y la vegetación endémica de las Bardenas.
La perrita Mari sigue fresca tras subir a la Ralla, así que, sin parar, seguimos rumbo al Rallón. Tenemos que tomar un desvío a la derecha que no tiene pérdida. Subimos por un sendero en buen estado que asciende en zigzag. Aunque de lejos puede parecer que el Rallón acaba en una cima, no es así; se trata de una gigantesca explanada rodeada por un camino que la recorre en círculo y nos permite contemplar el entorno en toda su plenitud. El día está despejado y la montaña más identificable es el cercano Moncayo, pero es que hasta se aprecian los Pirineos.
Aunque está fuera del recorrido que os hemos recomendado, queda otra visita a uno de los puntos más visitados y fotografiados de las Bardenas, el Castildetierra. Tenemos que montarnos en el coche y recorrer unos ocho kilómetros por la pista que nos lleva hasta el centro de interpretación del parque. Es, sin duda, la formación natural más llamativa: donde antes había mar, ahora emerge una pirámide con forma de cono que, con el paso del tiempo, ha ido modificando su morfología.
La ruta con la Mari finaliza a pie de este cabezo. Recordad dos cosas: llevar agua y que, al igual que no se puede entrar hasta una hora antes del amanecer, tampoco se puede circular por el mismo cuando quede menos de una hora para la puesta de sol.
Un apunte importante y que hay que tener en cuenta. Si vais a realizar esta ruta entre febrero y agosto, tenéis que llamar antes al centro de interpretación del parque (Tel. 948 830 308). Las aves están en plena época de nidificación y muchos de los itinerarios estarán cerrados para preservar la tranquilidad durante la puesta de huevos. No está de más preguntar, también, si nuestra visita coincide con alguna de las batidas de caza mayor que suelen autorizarse.