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El chiringuito de la Cala de Pou Des Lleó es de esos sitios que si no te dicen cómo llegar, es difícil dar con él. Situado en una tranquila cala, junto a las antiguas casetas de pescadores, es uno de los pocos chiringuitos de madera auténticos que quedan en la isla de Ibiza. Para llegar a él, hay que seguir un camino de tierra que sale del restaurante del mismo nombre, donde puedes dejar aparcado el coche -lo más aconsejable- y bajar andando, integrándote en el entorno.
Apenas dos minutos y la llegada a la pequeña cala te dejará sin palabras. Abierto de 11:30 a 22:00 horas, tiene espacio para seis mesas y unos taburetes altos en la barra, aunque esta temporada preveen poner alguna mesa más sobre la arena. Puedes ir a tomarte el aperitivo, comer -la cocina abre de 13:00 a 18:00- o terminar el día con un mojito, una caipiriña o una caipiroska, como reza su cartel.
Fabricado todo de madera -como los de toda la vida- y con una cubierta de hojas de palmera, sobre el techo de la cocina cuelga una tabla de surf. Allí están Luis, Miguel y Cecilio, tres de los cinco chicos que forman el equipo y cuyo buen rollo se palpa en el ambiente. Luis calienta la plancha y pronto se escucha el chisporroteo de los calamares que echa sobre ella.
Huele fenomenal y bajo el cuchillo, aún calientes, los calamares están tiernísimos, acompañados de patatas fritas caseras y una ensalada fresca. Su carta es corta, pero de buen producto, y pensada para compartir. La cazuela de berberechos, los boquerones fritos, la ración de jamón serrano o cualquiera de sus pescados a la plancha son una apuesta segura. Y todo a precios muy razonables -eso sí, lleva cash porque hay que pagar en efectivo-.
A pie del kilómetro 10 de la carretera San Carlos, 'Can Pagés' es uno de esos lugares donde la gente de Ibiza se siente como en casa. Lo regentan Carmen y Lucía, dos hermanas que este año han celebrado los 50 años del restaurante junto a sus padres, Antonio y María, que superan los 90 años y son los auténticos artífices de este negocio que antes era una panadería. Basta entrar en su rústico salón para descubrir ese pasado a través de antiguos medidores de harina y viejas herramientas restauradas. Dentro, su gran terraza ajardinada es un sueño de verano.
"Nuestra cocina es la misma que hace 50 años", dice Carmen con auténtico orgullo. "Sólo hemos añadido dos cosas: patatas fritas y pimientos de padrón", desvela entre risas. Todo sus platos son tradicionales de la isla y dan gran protagonismo a carnes a la brasa -tienen una gran parrilla- y asados, como el pollo payés a la brasa, la paletilla de cordero al horno de leña o el cochinillo. Después tienen sus guisos tradicionales en cazuela de barro, como el arroz caldoso de matanza "hecho con carne de pollo y cerdo y setas"; ensaladas payesas -tanto fría como caliente- o sus ricas butifarras y sobrasadas caseras que sirven con pan artesanal.
Tanto Carmen como Lucía son buenas embajadoras de su isla. "Aquí hay que venir a probar la cocina auténtica", reclaman. Y no sólo te ofrecen probarlo, sino que te cuentan la receta al completo, como la del Flao -una tarta de queso fresco con hierbabuena y anís, huevo y azúcar-; las orelletes -dulces de anís y huevo con forma de orejas-; o la greixonera, que ellas hacen sin quemar el caramelo. Son golosas y se nota.
Luego están sus licores caseros que muestran en varias damajuanas: el frígola, a base de tomillo; o el de hierbas, elaborado con manzanilla, tomillo, enebro, menta, hierbabuena, hoja de naranjo y limonero y sus cortezas. Para terminar bien la comida, proponen un café Caleta -hecho con coñac, ron, canela, café y corteza de limón- en su jardín, entre frutales y donde corretean libremente las gallinas bajo el sol ibicenco.
Otro imprescindible de la isla, tanto para locales como turistas, es 'Cala Mastella', aunque todos lo conocen como 'El Bigotes'. Una eminencia cuando hablamos del sitio más pintoresco de la isla para comer el famoso bullit de peix. Es el único plato que hacen, y no hace falta más. Desde primera hora de la mañana ponen el caldero de hierro sobre las brasas de leña donde echan el pescado fresco del día, sobre todo de roca. Un buen sofrito de cebolla, patatas fritas y el pescado dan lugar a un guiso tradicional de pescadores con cuyo caldo luego elaboran un arroz como segundo pase. Hay un único servicio a las 14:00 horas, aunque si llegas a las 12:00 puedes pedir algún pescado a la plancha con ensalada.
Ya sólo su ubicación es un sueño: construido sobre la piedra de la misma cala, con la montaña como pared y prácticamente sobre el agua cristalina, la estampa es idílica, con un pequeño muelle y unas casetas de pescadores donde grupos de jóvenes charlan y se tumban a tomar el sol. Aquí sobran los lujos, estamos en un chamizo humilde, con la cocina expuesta frente las mesas, que no busca quitarle ni un ápice de protagonismo al entorno.
En el pequeño puerto natural está amarrada está laüt, la embarcación de Juan Ferrer, el origen de todo. Aún hoy, con 92 años, se sienta de vez en cuando en una de las mesas con su porrón de vino payés. Ahora son su hija, yerno y nieta los que se ocupan de calcar la receta que él preparaba en ese mismo sitio hace décadas, cuando volvía de pescar y cocinaba sus capturas entre amigos. De postre: el típico flao ibicenco y café caleta, un "maridaje" invencible. Siempre están llenos y se recomienda reservar con antelación y llevar metálico para el pago. La espera merece mucho la pena.
Situado en Cala Nova, al norte de la isla, las vistas sobre las aguas turquesas que ofrece este beach club son una buena excusa para sentarse bajo su pérgola a comer o tirarse sobre una de sus camas balinesas con un refrescante cóctel. Es pura esencia ibicenca. Su cuidada decoración de sillas de bambú, lámparas de mimbre y sombrillas de paja invitan a mimetizarte con el entorno y enfocar tu mente al disfrute. Sólo a eso. Varios atrapasueños, cactus, sillas de pavo real y guiños a la tradición pesquera de la isla aportan ese toque bohemio y desenfadado, donde los detalles sí importan.
En carta, una propuesta mediterránea, pensada para compartir, que ofrece desde ensaladas de sandía con queso feta y menta, a ceviches de atún con mango, pepino y lima; mejillones a la marinera o al vapor, o boquerones frito con limón, entre otros muchos platos. Los arroces son su otra especialidad: paella de marisco y pescado, fideuá o arroz con bogavante son algunos de sus hits. La parrilla cobra protagonismo en carnes y pescados. Imposible resistirse al chuletón (para 2) con mantequilla de chorizo, la lubina con tapenade de aceitunas negra; o para darse un buen capricho como el bogavante con mantequilla de ajo.
Sus diferentes espacios invitan a no irte nunca de allí. Como mucho, bajarte a pisar la arena dorada de la playa o darte un chapuzón en la cala antes de regresar a uno de sus sofás. Cuenta con su propia boutique de ropa y outfits y una buena coctelería de autor. Cuando cae la noche las luces del atardecer te atrapan como si estuvieras en una postal que invita a seguir con el picoteo bajo las estrellas.