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Con un litoral tan recortado como éste es complicado encontrar una superficie de playa, aunque Mañón esté rodeado por el mar en su parte norte. Pero si buscamos, encontramos, y aquí tenemos nada menos que tres playas que desbordan encanto, cada una con una orientación diferente. Está la playa da Concha, a la que se llega después de atravesar los campos verdes. La solitaria playa de Vilela, ideal para recibir el sol de por la mañana. O la playa de Esteiro, con una idílica pasarela de madera que nos invita a pasar de la hierba a la arena con nuestras tablas de surf. Los colores nos llenan los ojos, la profundidad del azul del mar y del verde del bosque, y las formas de su relieve, sin uniformidad ninguna, consiguen que en cualquier lugar que miremos haya algo que nos llame la atención: un cabo intrépido que entra en el mar, un monte verde lleno de aves, unas dunas llenas de vida, unas rocas puntiagudas que desafían al oleaje. Hasta que no se ve no se comprende lo bello que puede llegar a ser el encuentro de la tierra con el mar.