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Escondida, recóndita, apartada, virgen. La playa de Guayedra utiliza cientos de adjetivos para definirse a sí misma. Cantos rodados y arena negra se extienden en una pequeña cala naturista a los pies de los más abruptos acantilados que podamos imaginar. El viento golpea nuestra cara, también las rocas, y el oleaje se vuelve salvaje creando espuma blanca en su intenso baile. Aquí, la fuerza de la naturaleza se despliega por los cuatro costados. Quizás, la belleza y lo enigmático del entorno hicieron que el rey aborigen Guanarteme escogiera para exiliarse este lugar tras la conquista de Gran Canaria. Imaginamos que este monarca no tuvo un paseo sencillo. Su acceso no es nada fácil, ya que las montañas vuelven casi inaccesible a un espacio único que despliega sus encantos en las proximidades de Timadaba. Eso sí, al fondo contamos con vistas de postal sobre el Teide. Los inmensos y sobrecogedores escarpados se abren paso en la desembocadura del barranco de Guayedra. En ellos, la flora propia de las islas afortunadas ha decidido engalanar estas laderas. El secreto de una playa escondida se solapa entre las rocas del paraje natural protegido de Guayedra.