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Fue capital de la Corte y sigue siendo un continuo alarde de palacios renacentistas fastuosos, edificados entre los siglos XV y XVI. Todos siguen las normas de la época, con sus portadas rematadas con escudos nobiliarios sobre arcos de medio punto que daban acceso a zaguanes, patios y escaleras señoriales. El honor de ser la primera muestra de arquitectura renacentista de la villa lo ostenta el palacio de Santa Cruz, escenario de casi tantas intrigas palaciegas como el Palacio Real, en la Plaza de San Pablo, que fue vivienda oficial de los Reyes de España y, también, de Napoleón Bonaparte. Otras localizaciones célebres son el palacio de los Vivero, bajo cuyo artesonado mudéjar se celebró la boda de los Reyes Católicos; el palacio de Pimentel, con su ventana esquinada desde la que puede intuirse el lugar donde nació el rey Felipe II, o el palacio de Villena, vivienda habitual del emperador Carlos V. Habitado por un tipo de realeza diferente, la de la escultura religiosa española, el palacio de los Condes de Gondomar, deja que el sol de su fachada le de su segundo nombre y alberga el Museo Nacional de Escultura. El escritor vallisoletano Miguel Delibes describe en su novela El Hereje el esplendor vivido en los alrededores de la calle San Ignacio, junto al palacio de Fabio Nelli, al del Marqués de Valverde y a la Casa de los Arenzana. Otros bellos ejemplos de arquitectura civil vallisoletana son el palacio de los Condes de Buendía, el palacio del Licenciado Butrón, el palacio de los Condes de Benavente, el Palacio Arzobispal de Valladolid, el palacio de los Escudero-Herrera o el palacio de los Villagómez, uno de los más importantes de la ciudad y remate final de un casco urbano que emana nobleza.
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