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Acunada por la historia y la serranía
Sobre un gran risco en las faldas de la sierra de Jaral se extiende un manto blanco, pero no es nieve, es Zahara de la Sierra, en Cádiz, un pueblo donde las casas, las calles y las rocas de la montaña se integran en un conjunto armónico. Esa posición en lo alto fue aprovechada por los musulmanes que levantaron allí una gran fortificación en donde las piedras de los riscos sirvieran de refuerzo al castillo y a los tramos de muralla que cerraban el cercado. Hoy día los restos de esa fortaleza-poblado son los rincones más preciados de Zahara, como la torre del Homenaje, desde donde las vistas sobre el río Guadalete merecen ya la ascensión. Pero hay más memoria nazarí dispersa como la primitiva Iglesia Mayor, edificada sobre una antigua mezquita, y otros monumentos posteriores ya a la reconquista cristiana, pero con igual valor, como la recargada iglesia de Santa María de la Mesa o la muy andaluza capilla de San Juan de Letrán y la vecina torre del Reloj.
Digámoslo: en Zahara de la Sierra no hace falta recurrir a los nombres propios para encontrar el arte. Un simple paseo entre las calles de casas encaladas y balcones rebosantes de flores de este municipio, en plena ruta de los Pueblos Blancos, es gozo suficiente. Son vías escalonadas, acomodadas al monte en donde se levantan dibujando un típico trazado andalusí. Cada piedra zahareña parece susurrar una vieja historia.
Ladera abajo, donde acaba el patrimonio artístico de Zahara, el paisaje serrano toma el relevo ofreciendo todos los encantos del Parque Natural Sierra de Grazalema, en el lado oeste, y pegado, en su costado este, las atrayentes aguas del embalse del río Guadalete. Y así reposa Zahara de la Sierra, acunada con mano lenta entre la sierra y la historia.