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Ventanas al mar
Al llegar a Vila Nova i la Geltrú, en Barcelona, se abren muchas ventanas. Todas ellas dan al mismo paisaje. Pero desde cada una la vista es distinta, aunque complementaria. La primera ventana es la que mira al mar desde la playa de Adarró, donde se encontraba el poblado iberorromano del mismo nombre. Se intuye perfectamente la actividad incesante de aquel puerto desde el que se exportaba cerámica a todo el Mediterráneo. También desde allí se observa la Vilanova i la Geltrú pescadora, la de las innumerables playas, la náutica y la que despedía a los emigrantes que partían hacia América en el siglo XIX.
Ya embarcados, se abre la escotilla para ver la ciudad colonial enriquecida por los indianos que triunfaron allende los mares. A su vuelta decidieron construir plazas, bibliotecas o escuelas para el disfrute de sus paisanos. De ahí se pasa a la ventana de la industrialización que trajo el ferrocarril -con un fantástico museo propio- y la importante industria textil. Por contraste, la ventana del museo Can Papiol sirve para conocer el esplendor romántico que aquí se vivió.
La última panorámica que se muestra de esta población del litoral barcelonés ha de ser la de la cultura. No será fácil elegir entre toda la oferta de sus teatros, algunos de los cuales llevan más de un siglo subiendo los telones a diario. Queda también la música y, al igual que cuando se inició el viaje, se escucha el Mediterráneo a través de las notas del genial músico y compositor vilanovense Eduard Toldrá.