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Verde encantamiento
La mañana pinta brumosa en Rionansa. Lo recorremos a pie, empapándonos de su sabor rural; y sus tesoros nos van saliendo al paso como bellas apariciones. Lo hacen poco a poco, esparcidos como están por las 16 localidades del municipio. Son pequeños núcleos, apenas unas cuantas casas rústicas por aquí o una cabaña asomando por allá, porque Rionansa se disfruta con zapatilla blanda y bastón de senderista. Por algo estamos en pleno valle cántabro, entre bosques y prados interminables, con el río Nansa marcando la geografía. Siguiendo su cauce de norte a sur, Rionansa nos va abriendo sus historias, como las que cuentan, en el extremo superior, las extrañas formaciones geológicas de la cueva de El Soplao, o los caballos, osos y ciervos inmortalizados en las cavernas rupestres de Micolón y Chufín, en la localidad de Riciones. Siguiendo más allá el río en su camino al sur, nos toparemos con un gigante de piedra encaramado a una loma de la aldea de Obeso: es el misterioso y medieval torreón de Rubin de Celis, el más representativo monumento del municipio, con rango de bien de interés cultural. Pero las montañas que quedan en el horizonte nos llaman para continuar adelante y así, con calma, paso a paso, llegaremos a San Sebastián de Garabandal, un pequeño poblado en plena reserva nacional de la Sierra del Saja. Allí Rionansa se vuelve un paraíso entre caseríos y bosques de robles y hayas. Y al viajero no le queda otra que transformarse en un montañés más y entregarse a su verde encantamiento.