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Majestuosa sobriedad en el Castillo de la Mota
Conquistando la meseta castellana, en el suroeste de Valladolid, el Castillo de la Mota y su torre de cuarenta metros velan por el precioso casco histórico de Medina del Campo. El Cuartel de la Ensenada le apoya en la distancia, por si necesitara refuerzo. Es un avezado fortín reconstruido después de que las tropas de Napoleón lo incendiaran. Puede que esa recia resistencia ante la adversidad fuera uno de los motivos por los que Isabel la Católica sintiera tanto afecto por esta localidad. Aquí dictó su testamento, justo antes de morir en el Palacio Real, muy cerca del Convento de Santa María, donde vivió su abuela, y de la Colegiata de San Antolín, donde acudía a rendir culto a la Virgen de las Angustias.
Nobles y cortesanos se ocuparon en aquellos días de llenar de atractivo el casco histórico con bellas fachadas renacentistas como la de la Casa Blanca o la del Palacio de Dueñas, cuyas cocinas se abastecían en el antiguo edificio de las Reales Carnicerías, el mercado más antiguo de España. Todos los caminos conducen, en Medina del Campo, a la Plaza Mayor de la Hispanidad, una de las mayores de Europa, que puso a la localidad castellana en la ruta del comercio y en la que podremos contemplar la Casa del Peso Real, la Casa de los Arcos y la silueta del cercano Ayuntamiento, mientras se degusta una copa de vino de Rueda en alguna de las tabernas de los soportales.
Un aire de sobria solemnidad lo invade todo en el Convento de Santa María Magdalena, donde San Juan de la Cruz cantó misa por primera vez y donde podemos buscar las huellas de Santa Teresa de Jesús. Las torres de las Iglesias de Santiago el Real, San Juan Bautista y San Antolín, por su parte, tratan de rozar el sencillo cielo castellano que las observa, impasible, cuidando de la villa en la que el silencio puede escucharse durante la Semana Santa.