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La ciudad de los mil ataques
Girona fue para íberos, romanos, judíos y musulmanes lo que Romeo y Julieta para las tragedias: un imán. No en vano se la tiene como una de las ciudades con mejor calidad de vida de todo el país. El mar y la montaña se reparten su entorno, con la Costa Brava brindando seductoras playas y escapadas hacia apartadas grutas rocosas mientras Los Pirineos, y una llanura grande y fértil, ofrecen lugares ideales para hacer numerosos deportes al aire libre.
Fundada, según la leyenda, por Gerió, el monstruo gigante de tres cabezas, unos la llaman la “ciudad de los mil ataques” porque en seis siglos fue agredida hasta trece veces. Aunque tuvo la suerte de salir bien parada de tres ataques de Napoleón, ganándose también el título de “tres veces inmortal”. El hecho es que por su clima templado se la puede visitar en cualquier época del año, sin peligro, y con la riqueza cultural como único ataque sorpresa, como su célebre desfile de Manaies (soldados romanos) de Semana Santa.
La capital norteña de Cataluña no será una ciudad grande ni dependerá del turismo, pero bebe de él. Sus diferentes inquilinos dejaron huellas que han resistido el paso de los siglos, como la muralla carolingia, la catedral de Santa María, los baños árabes o la judería (Call Jueu), uno de los núcleos medievales que mejor se conservan del continente. Museos de toda índole ocupan algunos de los ejemplos de arquitectura religiosa, como el de Arqueología, situado en el monasterio benedictino de Sant Pere de Galligant, y el de Història de la Ciutat, instalado en el convento de Sant Antoni. Su casco histórico –Bien de Interés Cultural–, jardines botánicos, el valle de San Daniel, la Rambla de la Libertad, la Plaza de la Independencia o la de San Agustín, sin olvidar el Pont de Pedra sobre el río Onyar se suman a los mil ataques que Girona lanza cada día a sus visitantes.