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Apegado a la tierra
Un nuevo amanecer despierta nuestro lado más envidioso. No se trata de un sentimiento negativo sino del deseo de lograr un imposible: convertirnos por unos momentos en el astro rey y poder contemplar, desde lo más alto, el singular paisaje de Fasnia. No hay duda, la naturaleza ha sido generosa con esta localidad situada, en parte, en el Parque Nacional del Teide y el Parque Natural de la Corona Forestal, lugares tan espectaculares que bien merecen las horas de caminata de cualquier ruta senderista.
En la linde de este último nace el barranco de Fasnia-Güimar, un monumento natural que se alza hacia el cielo en una pared que alcanza los cien metros y en el que, a vista de pájaro, podríamos contemplar las caprichosas formas que el tiempo ha ido dejando en sus rocas. Desde las alturas, nos parecería mucho más oscuro el color de la Montaña Negra, nombre por el que se conoce al volcán que a comienzos del s. XVIII entró en erupción, llenando el municipio de lava y marcando a fuego un paisaje salpicado de acantilados, como el de la Hondura, donde una fina niebla con sabor a sal protege a la piña de mar, roques y cuevas excavadas en la porosa piedra volcánica.
La luz del mediodía se refleja en las ruinas de la ermita de San Joaquín, conocida como Iglesia Vieja, e ilumina los restos del cercano Camino Real, la única vía de comunicación que antaño unía el sur con la capital. Cerca de allí, en la montaña de Fasnia, el blanco resplandeciente de la ermita de la Virgen de los Dolores nos servirá de guía para localizar el mirador cercano desde el que contemplar una de esas vistas que ponen los pelos de punta. Y, al caer la tarde, desde la playa de los Roques, dejaremos marchar al sol en una espectacular puesta de sol, digna de ocupar una buen parte de nuestra tarjeta de memoria.