Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
El trío es culto y muy educado para su época. Silenciosos pero divinos. El abuelo 'el Noble' pasea con su león Marzon o Marzot por el viejo Parador-Castillo. A doña Blanca, hija y madre, la vislumbró Gustavo Adolfo Bécquer como "una forma blanca y ligera" que se asomaba al alféizar de los corredores del increíble Palacio de Olite. Resultan tan comprensibles sus tormentos que dan ganas de tomar el té con ellos para que te cuenten y se desahoguen. Aunque sea en una madrugada oscura.
El pobre Carlos de Viana no da tanta guerra como doña Blanca o la dama de Santa Catalina, pero tiene una ventaja sobre ellas: se le puede ver la cara de torturado en el cuadro expuesto en el salón principal del Parador. Basta sentarse una fría noche de otoño-invierno ante la gran chimenea encendida, tras examinar el rostro del desdichado príncipe, para sentir sus ojos en la nuca toda la velada.
El escalofrío está servido si además uno se adentra en la historia de este buen hombre, que vivió feliz en el palacio de Olite hasta los 20 años, un lugar levantado por su abuelo Carlos 'el Noble', enriquecido por su madre, la gran Blanca de Navarra y amado y respetado por él, I Príncipe de Viana, un hombre amante de las letras y las artes como su abuelo, pero maldecido por su padre, el malísimo Juan II de Aragón. Un padre que le amargó la vida, obligándole a ir a la guerra para defender la Corona de Aragón y el Reino de Navarra.
El hecho es que ese rostro amarillento que sugestiona y pone un nudo en el estómago a los empleados más viejos del lugar, como lo era Floren –ahora jubilado- tiene sus razones para arrastrar sus cadenas y penas por los pasillos de la zona vieja del Castillo. "Carlos de Viana traducía libros, escribía, le encantaba el teatro –él mismo participaba en alguna representación teatral-. Era un príncipe renacentista, no educado para la guerra. Todo lo contrario que su padre, Juan II. Debió de ser tremendo para él tener que guerrear contra el padre y ver como todas las cortes europeas le daban buenas palabras, pero le abandonaron. Murió en Barcelona, después de haber sido derrotado por Juan.Su mujer, Agnes de Cléves, fue también una figura muy interesante". La explicación es del historiador Javier Corcín, quizá el hombre que más sabe sobre Olite y su corte renacentista con Carlos III 'el Noble', Blanca de Navarra y el Príncipe de Viana.
Corcín, artífice del recorrido que desde 2018 se hace por el pueblo, recuerda que el cuadro del que presuntamente sale el fantasma del príncipe, y en el que otros ven o adivinan un esqueleto en las sombras o calaveras, es una obra del siglo XIX y se ajusta a todos los criterios del romanticismo. "Hay otro cuadro histórico, la entrada del Príncipe en Barcelona, triunfal, que muestra una imagen distinta de él. Éste del Parador refleja su cansancio, el dolor de su vida, exiliado y abandonado".
Si inquietante resulta mirar la cara de Carlos bajo la lámpara cuya bombilla a veces se apaga o se enciende misteriosamente, más aún es hacerlo tras saber que algunos de los últimos estudios sobre el personaje apuntan a que el que debió ser heredero de Navarra y de Nemours, pudo morir envenenado por los esbirros de su padre.
La historia de venenos y traiciones de que fue víctimas su amado nieto debe ser una de las razones que llevan a Carlos III 'el Noble' a removerse en su tumba. Se tranquiliza paseando por el viejo Castillo con su león favorito, de nombre Marzot (para otros, Marzon). Es Felipe Alonso, autor de Leyendas sobre paradores, quien recogió los testimonies sobre el abuelo y su magnifico león. "Se escuchan ruidos, lamentos y, sobre todo, melodías de otros tiempos que los espíritus que pueblan el castillo trasladan cada noche a su paseo por las torres y las salas, especialmente a la Galería Dorada". La leyenda asegura el Rey Noble y su felino andan acompañados de una música extraña que "se tocaba en la época del rey, empleando láminas de cobre que pendían de cadenas colgadas del techo y vibraban con el viento".
Con la antigüedad del Parador y el enfado de dos señores tan cultos y atípicos en sus tiempos, es fácil suponer las charlas que deben de tener abuelo y nieto, lamentando la brutalidad de la estirpe castellana y lo boba que fue su hija y madre respectivamente, Blanca de Navarra.
Fue Gustavo Adolfo Bécquer, durante un atardecer de 1866 frente al palacio ya arrasado, quien adivinó a doña Blanca. O quizá a su madre, doña Leonor de Trastámara. "Cuando el crepúsculo baña las ruinas en un tinte violado y misterioso, aún parece que la brisa de la tarde murmura una canción gimiendo entre los ángulos de la torre de los trovadores, y en alguna gótica ventana, en cuyo alféizar se balancea al soplo del aire la campanilla azul de una enredadera Silvestre, se cree ver asomarse un instante y desaparecer una forma blanca y ligera... ¿Quién nos impide soñar que es una mujer enamorada, que aún vuelve a oír el eco de un cantar grato a su oído?".
A la fantasía y el deseo del miedo del viajero queda el elegir si el presunto ectoplasma de Bécquer es el de Leonor de Trastámara, la abuela del Príncipe de Navarra que disfrutó de una vida más que aceptable; o el de su hija Blanca. Una mujer con buena formación para aquellos tiempos, pero que soportó a su marido Juan II, diez años más joven que ella, y quien traicionó al hijo de ambos.
Comprobado que en Olite uno puede topar con una familia de nobles fantasmas y sus leyendas, hay fórmulas para seguir con el reconfortante escalofrío de miedo. Puede aderezarse con las lamias, los seres mitológicos que también eran considerados brujas, pero que solían habitar en los montes y tenían como rasgo definitorio el rostro y cuerpo de mujer, y los pies de pato. Solían enamorar a los jóvenes pastores y habitan por todo el Reino de Navarra y parte de Euskadi. Olite no iba a ser menos.
La flor de Eguzkilore –que puedes encontrar como recuerdo en tiendas de la misma plaza de Olite- se ponía en las puertas para confundir a las lamias contando pétalos. Cuenta la leyenda que la divinidad las creo porque, al tener forma de sol, las brujas y espíritus creían que era de día y se alejaban de esas casas. Era un mecanismo, por tanto, de protección constante para cualquiera.
Las brujas más características de Olite –al igual que en el resto de Navarra y Euskadi- es la que aparece en la foto. Se las llamaba herbóleras, porque se dedicaban a recolectar hierbas y especias para sus ungüentos y remedios -eran las naturalistas de hoy en día-. Fueron muy perseguidas por la Inquisición -incluso en Zugarramundi, al norte de Navarra, muchas fueron quemadas en la hoguera- porque se las consideraba brujas y además pecaminosas, al llevar un gorro con forma fálica.