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Hospital desde su fundación, inclusa, residencia para Papas –brevemente– y Parador. "En ningún momento de su larga historia ha estado deshabitado", declara orgulloso Santiago Carrera Cal, director del Parador. Se nota en cada esquina, en cada piedra, recoveco con puerta secreta, rayo de sol o luz tamizada santiaguesa que se cuela por las ventanas. Aquí puedes venir para dos días y vivir dos años en una de sus habitaciones –no solo en la 329, para dormir en la famosa del Cardenal– y nunca terminarás de descubrir tantos secretos y bellezas escondidas entre estas paredes.
Fue la primera de las mujeres mencionadas, Isabel la Católica –acompañada por Fernando, claro– quien mandó fundar como hospital este lugar. Corría un 3 de mayo de 1499 cuando entró en Santiago con Fernando y descubrieron la miseria que recibía a los peregrinos, que llegaban enfermos y agotados.
"El edificio es de 1511, aunque se empezó a construir por orden de los Reyes Católicos en 1501. Por entonces, tienen las arcas llenas de América, ya ha caído Granada y se permiten destinar dinero a este lugar, a pie de la Catedral de Santiago", relata Santiago, en la puerta del Parador, ante una maravillosa fachada plateresca que deja atónito a todo el que por aquí cruza, desde Mike Jagger a Juan XXIII, por no hablar de jefes de Estado.
El edificio se convierte además de en hospital en inclusa para recoger a los niños sin padres, abandonados por madres sin posibles o huérfanos de guerra. La previsión de ese servicio se observa ya en la puerta diseñada por Martín de Blas y Guillén Colás, en 1519. A la derecha, a la altura de los ojos, hay una mujer embarazada. "Los padres o las madres que tenían que abandonar a sus hijos, venían y dejaban a los niños en el torno, envueltos en algo. Las monjas giraban el torno y recogían al bebe", explica el director del Parador.
Es imposible separar los ojos de la fachada, repasando los personajes y los simbolismos que son toda su historia. Adán y Eva como "los primeros pecadores" -recuerda el anfitrión del Parador-, luego las imágenes de santos que interceden por los pecadores: Santa Catalina, Santa Lucía, patronas de los moribundos. Y las Virtudes Cardinales, Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza.
Cruzar bajo la puerta, que cuenta con un friso del Apostolado y Santiago Peregrino, el hacedor de que esta esquina del país esté en el mapa internacional, gracias a una aventura tan increíble como el Camino de Santiago. Atrás quedan los escudos de Isabel la Católica y Fernando y de su nieto, el emperador Carlos V. Solo que los Reyes Católicos también cuentan con imagen.
Santiago Carrera está orgulloso de haber vuelto a este lugar como director –aquí inició su carrera profesional como quien hace veinte años– y de todo lo que entraña su historia. Ni más ni menos que un papa Borgia, Alejandro VI, denegó a Isabel y a Fernando que utilizaran su escudo, porque iba a ser hospital. Lo cierto es que la tensiones entre la Catedral con su autoridad eclesiástica y el Estado han abundado en seis siglos de historia.
Ya dentro, la verja que recibe es también renacentista. Pero hay que ir a la busca de lo que tiene que ver el lugar con la poeta y novelista, Rosalía de Castro. En una esquina está la humilde pila bautismal donde fueron bautizados ella y todos los niños de la inclusa. "Rosalía tenía madrina y no vivía en la inclusa, y eso consta en su partida de nacimiento, donde en una esquina reza 'No entró en inclusa'. Aquí tenemos una copia donde se ve claramente", detalla Carrera ante la modesta pila.
La grandiosidad del edificio y lo enorme que es, lo ponen de manifiesto los cuatro patios renacentistas: el Patio de San Lucas, el de San Mateo, el Patio de San Juan y el de San Marcos, hermosos, donde el musgo y la humedad de tres siglos, el canto de los pájaros, el sonido de las fuentes o de la lluvia apagan la imaginación del llanto de los bebés, de tantos niños, que por este lugar debieron de correr.
Subiendo las escaleras de Belén,"así llamadas porque eran las que subían las embarazadas también. Ya sabéis que se recomienda andar durante el embarazo y antes del parto", cuenta Santiago. Quedan detrás nombres que darían para cuentos. Abajo la capilla –salón de grandes actos hoy– y la Sacristía Baja, pero llegamos a la Sacristía Alta, la Sala de Agonizantes, los contagiosos. El nombre sobre el dintel ha perdurado siglos. Desde lo alto, escuchaban misa los leprosos y contagiados de peste o tifus, por ejemplo.
Fue Carlos V quien ordenó no dar cobijo a los infecciosos; pero el hospital, el edificio y sus habitantes durante tantos siglos han tenido a gala no cumplir la orden. De forma que una estrecha escalera de caracol une una sacristía con otra. Santiago Carrera sonríe cuando abre la puerta, esquinada, "y sí, la gente se sorprende. Son los americanos que vienen los que más se asombran de todas estas historias. Es agradable ilustrarles".
Lo que fue Sala de Partos y enfermería de los Hombres de San Cosme es hoy el Comedor Real, donde se han reunido personajes de la historia española de los últimos tiempos, siglos XX y XXI. Por ejemplo, durante la crisis del Prestige, la habitación de autoridades del Parador y estos salones dieron cobijo a multitud de reuniones, toma de decisiones, en fin, todo lo que se pueda imaginar. Desde aquí, las vistas a la Plaza del Obradoiro son un lujo.
En esta sala de partos nacieron algunos de los niños que la enfermera Isabel Zendal se llevó a A Coruña. Junto con los del orfanato donde ella trabajaba, el de la Caridad de La Coruña, los niños de este hospicio embarcaron "a las Américas" –fueron 22 niños a América y 26 a Filipinas– para llevar la vacuna a las tierras del entonces aún Imperio Español.
Se necesitaría casi una novela, de las de Rosalía o Pardo Bazán, las damas gallegas de las letras, para sacar partido a todas las historias que recogen estas habitaciones y pasillos, estas salas. Si el aún llamado Salón de Fumar fue quirófano, las hoy habitaciones estaban ocupadas por peregrinos enfermos necesitados de los cuidados de este Hospital Real.
Se impone tomar tanta cultura y belleza en dosis, ya sea de esos dos o tres días o de varias visitas. Salir a las puertas y toparse cada vez con la Plaza del Obradoiro tiene tela de la fina. Tocar estas cadenas enormes de las puertas, que cierran esta fachada que da al Obradoiro y conocer su historia, alivia.
Cruzar bajo la puerta, que cuenta con un friso del Apostolado y Santiago Peregrino, el hacedor de que esta esquina del país esté en el mapa internacional, gracias a una aventura tan increíble como el Camino de Santiago. Atrás quedan los escudos de Isabel la Católica y Fernando y de su nieto, el emperador Carlos V.