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Érase una vez un paisano de Peal de Becerro (Jaén) que, para sacar adelante a su familia, vendía jerséis en cajas de cartón en el mercadillo de Úbeda. Tardó solo un año en hacerse con el mejor puesto del mercado. Poco más le llevó convertirse en un empresario de éxito al frente de franquicias de moda de firmas como 'Mango'. Su ambición no terminó ahí y pegó el salto al sector turístico para cumplir su sueño: crear un alojamiento diferente a lo que existía hasta entonces en la ciudad.
Su nombre es Martín Collado y fue en 2004 cuando comenzó a dar forma a su proyecto. El empresario se fijó en un edificio emblemático de la ciudad: el viejo Palacio de los Condes de Guadiana, de finales del siglo XVI. Un símbolo de la arquitectura civil renacentista que Martín encontró en estado casi ruinoso. No lo dudó ni un momento y comenzó las obras de restauración. Once años después, en septiembre de 2015, abrió sus puertas al público como un hotel 5 estrellas GL.
"Martín no quería hacer un hotel al uso", cuenta Beatriz Díaz, responsable de eventos del palacio desde 2016. "Él buscaba ofrecer un establecimiento donde hubiera invitados y anfitriones, donde las habitaciones fueran espaciosas y cada una de ellas estuviera personalizada con todo lujo de detalles", explica la granadina mientras señala que la estancia más pequeña mide 45 metros cuadrados, mientras que la más grande alcanza los 100.
Las 37 habitaciones del hotel se distribuyen en dos edificios: la parte antigua, donde se encuentran las estancias más importantes, con gruesos muros de piedra, balcones con esculturas y pasillos que respiran ese ambiente palaciego renacentista de la época; y la zona más nueva, que ocupa las viejas caballerizas y ofrece una piscina en la azotea donde darse un buen chapuzón sobre los tejados de Úbeda.
La zona antigua del palacio presume además de tener una torre construida en el siglo XVII, a cuyo ático solo tiene acceso la suite presidencial, bautizada con el nombre del secretario de Carlos V, Francisco de los Cobos. Su arquitectura ofrece elementos de la escuela de Andrés de Vandelvira –maestro de obras de la Catedral de Jaén y otros muchos monumentos de Úbeda–, como el cuerpo ático o los balcones esquinados.
"Antiguamente, cuando se construían los palacios, era símbolo de nobleza tener un pozo o una torre, con la idea de que la casa se viera desde todos los sitios", explica Beatriz. En este caso se hizo como anexo para dar una salida emblemática del palacio a la calle Real, la más comercial en esos tiempos. La estancia, que aún no está abierta al público, está decorada con lámparas de araña italianas e incluye junto a la cama con dosel una escalera de caracol original que conduce a lo más alto de la torre.
Allí espera un salón con un artesonado original de madera y unas panorámicas de 360 grados sobre Úbeda. Desde donde se admiran monumentos como la Iglesia de San Salvador o el ayuntamiento, además del mar de olivos que rodea esta ciudad Patrimonio de la Humanidad. "Un día claro se ve hasta el Veleta", anuncia la granadina, mientras recuerda que el palacio funcionó también como convento de las Carmelitas Descalzas y fue el primer internado de Andalucía. "Justo este salón era el laboratorio del colegio".
Cuando el empresario pensó en las habitaciones, tenía claro que quería utilizar materiales de calidad. Todas cuentan con suelo radiante de frío y calor, bañeras hechas a mano con una resina especial, lavabos de mármol macizo de una sola pieza, puertas con anchura especial, colchones elaborados solo para el hotel con la flor de acanto –logo del palacio– grabada en ellos; sábanas de algodón egipcio de 500 hilos, ducha digital con control de temperatura e inodoro con sistema japonés, entre otras comodidades del siglo XXI.
"Martín rectificó pequeños detalles que él como usuario veía que no funcionaban en los hoteles, como poner el minibar a la altura de la cara para no tener que agacharte, o incluir armarios más anchos donde poder meter la maleta y no tener que dejarla por ahí en medio", detalla Beatriz. La habitación más económica, la doble superior de lujo, ronda los 200 euros por noche, unos precios que suelen bajar con las promociones del hotel. Viene gente de todas partes, pero sobre todo "franceses, belgas e ingleses", enumera la responsable de eventos.
El patio del palacio es uno de los primeros espacios con el que se topa el huésped tras dejar la pequeña recepción. "Los sofás están forrados de seda y el artesonado se restauró con madera del siglo XVI que se talló para el hotel. El dueño no quería que se viera la diferencia de una madera nueva en un edificio antiguo", aclara Beatriz. La escalera que lleva a los pisos superiores es de madera de nogal español con pasamanos de piedra de una sola pieza.
"El diseño es una copia de la barandilla que hay en el Hospital de Santiago, del siglo XVII, pero en este caso de piedra". Otro rincón especial es la biblioteca, donde preside una gran mesa de madera de olivo. "La idea de Martín era proyectar el aceite de oliva que ha dado tanta fama a Jaén desde un lugar de lujo".
Justo debajo del patio se encuentran las termas renacentistas del hotel, con piscinas de agua fría y caliente, baño turco, sauna y duchas pulverizadas. En la parte más antigua se ven las bóvedas de piedra, mientra que en la más actual, resalta un suelo de mármol de Macael y ocho gigantescas columnas con un peso de 3.000 kilos cada una. "Son de una sola pieza y para bajarlas hasta aquí tuvieron que desmontar el suelo del patio y dejar las columnas de arriba colgando para poder bajar éstas. Fue una obra faraónica", concluye Beatriz, mientras propone terminar el día tapeando algo de cocina local en el gastrobar del palacio.