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Alejado de las urbanizaciones donde prima el exceso, los campos de golf y los beach club, el centro histórico de Marbella esconde la esencia de una ciudad con mucha historia. Incluye callejuelas de pueblo repletas de coloridas macetas, la vieja muralla árabe, negocios tradicionales, fachadas de cal blanca e iglesias con encanto. Es el verdadero lujo. Y el entorno que los alojamientos del grupo La Ciudadela han elegido para instalarse. Lo han hecho en edificios históricos, que ofrecen la huella del pasado y las comodidades del siglo XXI. Son tres hoteles singulares, coquetos, manejables y, sobre todo, disfrutables. Cuentan con otros tres restaurantes y ejercen de estupendos campamentos base para descubrir, caminando, el alma de Marbella, epicentro de la Costa del Sol.
“El corazón de Marbella ha estado algo olvidado y, a veces, pasa desapercibido entre las atomizadas urbanizaciones. Queríamos estar aquí para rescatar y poner en valor la historia de la ciudad, con hoteles que abren todo el año y se adaptan a cualquier cliente, ya venga por motivos laborales, de vacaciones, con la familia o de escapada romántica”, relata Miguel Cerván, consejero delegado de Hoteles La Ciudadela.
Un apasionado por la historia local y por recuperar el lustre que tuvo el casco histórico gracias, entre otros aspectos, a la potente industria siderúrgica hace 200 años. Sus establecimientos son tres islas de tranquilidad entre calles peatonales, a un paso de tabernas tradicionales y nunca pierden de vista el Mediterráneo. Aún quedan por llegar dos establecimientos más para firmar un repóker, pero eso será en 2023.
Ya es realidad ‘Maison Ardois’ (Rafina, 6), el primero de estos establecimientos en abrir. Lo hizo el 1 de agosto de 2021 en una casa señorial de los años 20 del siglo pasado, que fue propiedad de una familia ligada a los altos hornos marbellíes. Está situado muy cerca del mercado municipal, el restaurante ‘Skinna’, el mítico bar ‘Francisco’ y las preciosas buganvillas de la calle Aduar.
En su interior, el renovado edificio deja ver aquí y allá parte de su historia, como la vieja arcada que daba entrada a los carruajes, tramos de baldosas hidráulicas originales de motivos geométricos o una ventanita que permite conocer las tripas de los muros, levantados a base de arenisca, cuarzo y cuarcita. Cuenta con dos patios, uno de ellos marcado por un pozo lleno de leyendas cerrado con un candado procedente del Mercado de las Pulgas parisino.
Hay nueve habitaciones de tonos grises y metálicos, armarios abiertos, duchas con efecto lluvia, secadores personalizados y amenities de Loewe y Gerlain, algo que se repite en el resto de los hoteles del grupo. Luminosas, ofrecen vistas al entorno urbano, cuentan con un artesonado de madera para el techo o se asoman con balcones de viejas balaustradas a la peatonal calle Ancha. Arriba, la terraza cuenta con mobiliario que usa madera de andamios nórdicos reciclada y las mesas incluyen pequeñas chimeneas para calentar el poco frío que se deja ver por Marbella a principios de año. Entre macetas de olivo, regala estupendas vistas a las azoteas del vecindario histórico.
Abajo, el restaurante ‘Thaissence’ (Ancha, 9) “mezcla lo mejor de la cocina tailandesa con la peruana, añadiendo un toque local”, como explica el propio Miguel Cerván. Ahí entran los rollitos vietnamitas con morcilla de Ronda, el salmorejo de mango, ceviche de atún rojo sobre gazpachuelo de tomatillo o la causa malagueña, inspirada en la limeña pero con pescaíto frito malagueño y un toque de naranja. Todo de la mano del vallisoletano Pablo Rebollo, chef ejecutivo de los restaurantes de La Ciudadela.
Otro restaurante, ‘La Bouganvilla’, recibe a quienes se adentran en el hotel ‘Santo Cristo’ (Santo Cristo, 2), cuya apertura se espera para febrero. Se sitúa junto a la iglesia del Santo Cristo de la Vera Cruz y la plaza del mismo nombre, en pleno barrio alto de Marbella y a un paso del tablao ‘Flamenco Ana María Los Chatos’. El edificio actual tiene 101 años, aunque originalmente fue una casa señorial de principios del siglo XIX, residencia del explorador francés Juan Bautista Lesseps y que más tarde pasaría a manos del Marqués de Duero, fundador de San Pedro Alcántara.
El espacio gastronómico realiza una apuesta por la tradición del tapeo en base a una cocina de mercado. Marisco mediterráneo, frutas tropicales de la Axarquía y otros ingredientes locales conforman sus propuestas, donde cabe una croqueta de chipirón o un sándwich de rabo de toro. La carta de vinos es amplia y la coctelería, la guinda.
Un patio andaluz con fuente, balcones con jardineras, mosaicos de azulejos y persianas de esparto es el epicentro de ‘Santo Cristo’ y el espacio al que dan las 15 habitaciones repartidas en tres plantas del alojamiento. Todas tienen en común el uso de materiales nobles como la madera, el bambú o el mimbre, ya sea para los muebles, las piezas de decoración o incluso el cartel de “No molestar”.
Sábanas de algodón de 500 hilos bordadas y una carta de almohadas ofrecen un seguro descanso. Hay minibar con bebidas orgánicas, puertas que insonorizan al máximo, botellas de agua rellenable y una tablet donde contratar experiencias como descubrir el casco histórico de Marbella, recorrer el entorno natural, navegar en velero o adentrarse en la Ecoreserva de Ojén entre ciervos y muflones.
Los detalles de cada habitación son infinitos, como las pilas de los lavabos, diseñadas por la artesana local Ana Ortiz. En la parte más alta, una sencilla terraza ofrece vistas al templo cercano, Sierra Blanca, y al pico de la Concha, así como un pedacito azul de mar. Aquí arriba la calma olvida el ajetreo urbano unos metros más abajo.
La sensación de desconexión se acentúa en el tercero de los hoteles de La Ciudadela. Se llama ‘El Castillo’ (Plazuela de San Bernabé, 2), también abrirá en febrero y es el único ubicado murallas adentro de la antigua fortaleza de Marbella. A él se llega paseando por pequeñas callejas empedradas y restos de muralla, cerca del Museo del Grabado Español Contemporáneo y entre numerosas tiendas de moda y complementos que impresionaron a Michelle Obama hace una década. Situado a un paso de la famosa Plaza de los Naranjos, sede del Ayuntamiento de Marbella, fue utilizado originalmente como lagar del recinto defensivo, declarado Bien de Interés Cultural.
Una vasija restaurada del siglo XIV da la bienvenida en el vestíbulo del establecimiento, donde hay modernos relojes que dan la hora en varios idiomas y obras de arte que ofrecen un toque singular al alojamiento. Un pequeño bar invita a dejarse llevar y el restaurante ‘A Fuego’ cuenta con una estupenda cava para los vinos y una zona especial para la carne madurada, aunque aquí la especialidad son los pescados a la brasa. Las 15 habitaciones regalan un lujo sencillo y recuerdan la historia local con grandes imágenes impresas sobre madera.
En la azotea, Cerván se empeñó en fusionar Grecia con Saint Tropez. El resultado es una amalgama mediterránea rodeada de almenas desde donde se ve el mar, el pueblo y las murallas de la ciudad. Hay una instalación central que ejerce de escenario y, a la vez, de barra gastronómica. También un bar para lanzarse a los cócteles o el champán.
Sólidas mesas ayudan a saborear el sol de invierno marbellí y una amplia ducha al aire libre invita a refrescarse en los meses de calor. En un segundo nivel hay un jacuzzi y vistas 360 grados. Perfecto final para una escapada a la esencia de Marbella.