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"Estamos en el primer hotel de la historia que se ubica dentro de la Plaza Mayor de Madrid". Con estas palabras, Casilda Lozano, Sales Manager de los hoteles Pestana, busca transmitir al visitante el privilegio que es pisar este alojamiento de cuatro estrellas que une la antigua Casa de la Carnicería con lo que era el Parque de Bomberos de la calle Imperial. Dos edificios emblemáticos de Madrid que se daban la espalda y que hoy permanecen unidos gracias a este hotel que rezuma historia en cada uno de sus rincones.
Con la idea de recuperar el edificio para la vida de Madrid, el hotel tiene innumerables guiños a la historia de la ciudad y, sobre todo, a la Plaza Mayor. Entrando por la calle Imperial, el check in se hace en una recepción poco iluminada, de tonos oscuros, que busca recrear esa austeridad del Madrid de los Austrias. Allí, una puerta castellana, recuperada del propio edificio y pintada en un lacado negro, funciona como revestimiento de las paredes.
Cerca, un pequeño salón con biblioteca luce varios cuadros de toros que recuerdan el pasado taurino de la Plaza Mayor en el siglo XVIII; mientras una cabeza de res rememora la antigua Casa de Carnicería, que antes de convertirse en hotel albergaba la Junta Municipal. En el suelo, los colores y formas geométricas imitan los que hoy pisamos en la misma plaza.
De la austeridad de los Austrias a la luz de los Borbones. El Patio te sumerge en una época afrancesada y más alegre. Es el corazón del hotel, el que une los dos edificios y donde se aloja el restaurante, siendo una de las zonas más vibrantes del edificio. "Era aquí donde los bomberos aparcaban sus camiones", cuenta Casilda, mientras señala un centro de mariposas donde, "estaba la plataforma donde metían los coches y giraban para poder colocarlos".
La decoración, ideada por los interioristas de Estudio B76, vuelve a fijarse en Madrid en detalles como las bombillas que cuelgan del techo y se asemejan a los farolillos de la verbena de la Paloma. Los laureles de indias convierten el espacio en un pequeño oasis en pleno centro de Madrid, mientras el empedrado portugués es el único guiño que se hace a Portugal, tierra de los gestores del hotel.
"La calle Imperial está más baja que la Plaza Mayor, de modo que se creó una escalera de piedra que uniera ambas a imagen y semejanza a la original de Juan Herrera", detalla Casilda. Las paredes están salpicadas de cuadros que homenajean a las profesiones antiguas de la plaza. Según asciendes, aparecen otros cuadros sacados de litografías de Goya -personaje que vivió en la Plaza Mayor-, que representan los cielos del pintor, pero que en el hotel reinterpretan como el humo de los tres incendios que sufrió la Plaza, siendo el último de 1790, el que acabó con el edificio en el que nos encontramos.
La majestuosa escalera de Juan Herrera nos recibe con otro tesoro de la ciudad: la cristalera original con el escudo de Madrid; para luego conducirnos hasta el salón que más historia respira: el de las columnas. Todos los azulejos que luce este salón se han conservado del edificio original; la mesa de mármol que lo preside, se compró en el Rastro, y llama la atención por sus patas de león; y los dibujos de las grandes puertas castellanas restauradas se reproducen en las puertas -ya más modernas- de las habitaciones. Aunque lo que más gusta sin duda de este salón son sus balcones con vistas a la Plaza Mayor. "Yo siempre digo que esta es la quinta estrella del hotel", dice sonriendo Casilda.
Acariciar las paredes de ladrillo visto de los pasillos del hotel, es conectar con ese pasado madrileño. Muros que también aparecen dentro de algunas estancias y que se han restaurado cuidadosamente en un proyecto que ha tardado cuatro años antes de ver la luz en mayo de 2019. Repartidas en cuatro plantas, de las 90 habitaciones del hotel, 34 presumen de mirar hacia la Plaza Mayor, un auténtico lujo que te permite disfrutar de esta concurrida plaza en momentos tan mágicos como el atardecer; o por la mañana, cuando Madrid aún no se ha desperezado.
"La decoración es similar en todas las habitaciones, aunque al ser un edifcio histórico todos los muebles se han hecho a medida para que encajen a la perfección en la distribución de cada estancia", explica Casilda. En el suelo, una moqueta de vivos colores que reproducen los tonos impresionistas del mural mitológico de la Casa de la Panadería, justo en frente, de Carlos Franco.
En los baños, la flor de lis aparece dibujada en la forja de los muebles - símbolo de la dinastía de los Borbones - y en las paredes, cuadros que hacen alusión a la Latina o nuevas litografías de Goya. "Una de las estancias que más me gusta es la 101", comenta Casilda, "todo el cabecero de la cama está hecho con azulejos originales y el escudo de Madrid".
Cambiamos de vistas. Esta vez miramos hacia La Latina y sus tejados desde la cuarta planta, donde se encuentra el rooftop con piscina y una coctelería recién estrenada. Para el relax total, está también el spa con sauna, que ocupa las antiguas carboneras de la Casa de la Carnicería. Un espacio súper íntimo cuya decoración busca llevarte al Madrid árabe del siglo IX con sus celosías, rincones privados donde tomar un té o la sala de masajes, cuyos tratamientos y masajes te transportan en un abrir y cerrar de ojos a Marruecos.
Sea en el patio interior del hotel o en el Café de la Plaza -la terraza que tienen en la misma Plaza Mayor-, el hotel tiene abierta su cocina a huéspedes y público general. Desde el desayuno -un completo buffet con repostería casera -ojo a los pasteis de nata-, churros, embutidos y platos calientes-, a una comida o cena donde destacan platos como el brioche de rabo de toro con mahonesa de chiplote y cebolleta china fresca; la cremosa ensaladilla rusa con gambón aliñado en zumo de lima, las croquetas de jamón o boletus o el bacalao con pimientos asados al carbón y alioli de miel.
Es el chef Borja Veguillas el que da un pequeño giro a esa comida tradicional que siempre se ha servido en la Plaza Mayor "para guiris", como él mismo indica. "Hacemos cocina madrileña bien elaborada, donde prima el buen producto y el detalle en la presentación", asegura este madrileño con 20 años de experiencia, que ha trabajado junto a grandes cocineros con 3 soles Guía Repsol como Dani García o Ricard Camarena.
Al bocadillo de calamares crujientes le dan una vuelta, y lo presentan en un brioche artesano que les sirve 'La Miguiña'; los huevos rotos los acompañan con cecina de vacuno mayor de León; y la tradicional torrija que proponen para el postre, la elaboran con pan brioche bañado durante un día completo en nata y yema de huevo, para luego marcarla a la plancha con azúcar y mantequilla. Porque aquí la cocina, igual que todo el hotel, "está hecho para la gente de Madrid".