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La luz danzarina mediterránea se mezcla con una paleta de verdes en estas 35 hectáreas donde el desafío, bien cumplido, es alejar el ajetreo del mundo exterior. “Tranquilidad en sintonía con la naturaleza” es lo que ofrece este alojamiento con la exigencia, además, de brindar una experiencia única, muy orientada a las necesidades (o deseos) del cliente sin perder la proximidad. Así lo explica Mónica Antic, directora de ‘Amagatay’, quien celebra la suerte de trabajar en este lugar idílico en el interior de Menorca, muy cerca de Mahón.
Las 20 habitaciones disponibles están distribuidas entre una casa principal, una casona de 1890 rehabilitada, y una antigua boyera (establo de bueyes). La casa tiene el encanto de que cada una de las estancias cuenta con una decoración y distribución propia, donde las telas de tejidos naturales y colores pastel reclaman su dosis de atención entre piedras de colores terrosos. Bañeras integradas en el suelo y puertas con salidas a jardines o terrazas propios y exclusivos de cada cliente le dan un plus a estas habitaciones. Las cinco construidas en la boyera también disponen de su propia terraza cada una desde donde ver la piscina y los olivos que crecen exuberantes en los campos de la finca. Los espacios, pensados para no romper la calma, invitarían a quedarse dentro para siempre si no fuera porque el exterior aguarda más sorpresas.
Dos hamacas se mecen al son de la tramontana cerca de la casa principal y dan ganas de sentarse a admirar esa naturaleza que arrastra sonidos y olores capaces de despertar esa buscada desconexión. Sin embargo, para los que quieran moverse, ‘Amagatay’ esconde tesoros que muestra sin la necesidad de un mapa. Menorca, salpicada aquí y allá de antiguos restos de la cultura talayótica, ha dejado su impronta también en la finca del alojamiento. Cuevas funerarias, restos de antiguas despensas, una pared seca o una piedra para moler el grano son algunos de los vestigios que se pueden encontrar sin esfuerzos.
El uso inicial del terreno fue una explotación ganadera, no solo por el establo que acoge algunos cuartos, sino también por los baños de la piscina que eran las antiguas pocilgas aunque ahora mismo nada en ellos recuerde su pasado o el antiguo matadero convertido en la actualidad en una zona común pensada para el descanso y donde tomarse un cóctel. Hace tiempo que ese pasado ganadero dio paso a un hotel, hasta que el año pasado el grupo NUMA Management lo adquirió y le imprimió al lugar el concepto de agroturismo que ha trasladado a otros alojamientos que tienen en el sur de la isla, en Lanzarote o en el vecino Portugal.
Para la directora está claro que lo importante ya no es tanto el lujo, sino ofrecer una experiencia 360 al cliente, que pueda disponer de todo lo que precise para vivir experiencias que, además, le conecten con el entorno. Para eso se están poniendo en marcha iniciativas como “una huerta de autosuficiencia con muy buenas tierras e implementar la oferta con una zona más rústica, con asientos, y que el cliente pueda bajarse al huerto y ver las verduras que después serviremos en los platos o, incluso, hacer un showcooking ahí mismo con los cocineros y que participen los huéspedes”, asegura la directora.
Al final, se trata de ofrecer esas “sensaciones o experiencias que que podíamos haber vivido con nuestros abuelos y que ahora la gente está buscando”, sonríe Mónica sabiendo que, especialmente en las ciudades, es cada vez más difícil acercarse a la sencillez del campo. Esta oferta se suma a los masajes, clases de yoga privadas, servicios de transporte o posibilidad de reservar experiencias en la isla fuera del hotel.
Sin embargo, para conseguir esa experiencia completa de la que habla Mónica era indispensable una apuesta gastronómica potente, que han conseguido con la participación del chef Juanjo López, de ‘La Tasquita de Enfrente’ (2 Soles Guía Repsol), y con la ejecución del cocinero Samuel Carrillo (dueño, junto a su socia y pareja Inés Blázquez, de un pequeño local en Murcia: ‘El arte de servir’). La terraza del restaurante, ubicada entre olivos y amenizada con el canto de los pájaros, ayudan a sumergirse en esa cocina isleña a la que te arrastra Samuel cuidando de las tradiciones.
El producto menorquín es el rey de la mesa y para eso han contactado con productores locales que garantizan el cordero de la zona, el queso de Mahón o unas verduras que alcanzan su máxima expresión a través de sus pimientos, sus puerros o sus tomates de colgar que Samuel traduce en platos sencillos y sabrosos como una tosta de escalibada con anchoa, un gazpacho o una vichyssoise de querer repetir a todas horas.
Para seguir tirando del repertorio culinario de la isla, han incluido la langosta frita, pero cambiándole la guarnición habitual. “Hacemos una base de patatas asadas con cebolla y ajo, y utilizamos esas patatas para darle una última fritura con la langosta que lo aromatizamos con un poquito más de ajo y rematamos. Con el mismo aceite freímos dos huevos”, explica siempre con una sonrisa y poco antes de añadir que nos lo servirán “como unos huevos rotos al momento con un poquito del coral de la langosta”. Una apuesta tan atrevida como acertada.
Inés se formó con Samuel en el Basque Culinary Center y se ha venido unos días a dar apoyo al servicio de sala hasta que el nuevo proyecto esté rodado. Samuel cuenta con otros soportes fundamentales, como Esther, la cocinera menorquina que trabajaba con anterioridad aquí, y que sirve un arroz que se atreve con el mar y la tierra incluyendo calamares y sobrasada. Si hay hueco para la cena, podrán probar las albóndigas, la sopa de pescado o cualquier otro plato que le recuerde a uno donde está. Para los desayunos también se han ocupado de que no falte una gran variedad de embutidos locales, bizcochos caseros, tostadas, zumos… Todo lo que pueda sumar a un inicio de día mucho más que gustoso.
Para bajar la comida y después de un buen paseo por la finca, llega la mejor parte. Al atardecer, tumbados en las inmediaciones de la piscina y maravillados del baile de colores anaranjados o rosáceos en el horizonte, según el momento, uno no puede evitar preguntarse si esa magia de la que hablan los menorquines, la que ha dejado impregnada en la isla su pasado talayótico, será la responsable de este sueño cumplido. ‘Amagatay’ es, sin duda, el escondite perfecto.