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A Teresa Cembrano la crisis económica la obligó a salir de Madrid, regresar a la tierra y reinventarse. Junto a Eduquina -centro de caballos y perros que ya tenía su hija, Teresa Gamonal veterinaria e ideóloga de todo-, la opción de reconstruir las antiguas casas de los pastores en la dehesa donde ella nació fue tomando forma. Hoy es una casa rural especial para acudir a disfrutar de los animales y reconciliarse con la naturaleza en medio del paraíso de la dehesa extremeña. Ella gestiona el negocio, es dueña de la propiedad, pero su hija es la promotora, e insiste en ello.
La finca, ubicada en un verdadero cruce de caminos –Plasencia a escasos kilómetros, muy cerca del Parque Nacional de Monfragüe, La Vera, El Jerte y las tierras de Granadilla a salto de mata-, podría haber tomado su nombre de su emplazamiento. Sin embargo, para Teresa es algo más profundo: “El nombre viene por el cruce de las vidas de la gente que había vivido aquí, en los que yo pensaba cuando se estaban haciendo las obras. Me acordaba de cada una de las personas que vivieron aquí y buscando nombres pensé en ese cruce de personas que vivieron aquí y las que en un futuro pasarán por aquí”. Esta es la tierra donde Teresa creció y los recuerdos se agarran de esa forma que solo saben hacerlos con las raíces.
Un embalse a los pies del alojamiento se mantiene impasible al trasiego de viajeros que ocupan la casa alargada, de una sola planta y blanca. También las aves se mueven sobre las aguas ajenas a ese movimiento. Llueve y solo apetece contemplarlo con un té o un café calentito desde el enorme ventanal del salón común de la casa rural. Teresa cuenta la historia del lugar precisamente ahí. Se ríe con naturalidad, ganas y frecuencia en este salón de altos techos que devuelven el rumor de su risa.
En esas zonas comunes, además de una chimenea lista para ser encendida, unas mecedoras para leer cerca de la estantería repleta de libros y la cocina abierta, es una espacio pensado para compartir con otros huéspedes, donde preparar algo de comer mientras se corren las buenas conversaciones al caer el día. “Por aquí pasa gente de todo tipo, yo nunca me había dedicado a esto, pero la gente es muy maja. Yo no sé si el perfil de las casas rurales es distinto, pero llega gente súper respetuosa, súper cuidadosa, y se establecen unas relaciones preciosas”, explica orgullosa Teresa de la clientela que tienen.
En la cocina se dispone de productos básicos para un desayuno sencillo, con tés y cafés, galletas, magdalenas y pan tostado, mantequilla y mermelada para endulzarlo. Algo básico que no se cobra a parte, pero que hay que tener en cuenta por si se desea algo más. Además, cada habitación dispone de espacio en la nevera para sus productos, una caja con todo el menaje del hogar necesario para cada huésped, y por supuesto cafeteras, cocina y microondas para cocinar. Una ventaja para aquellos que no quieran abandonar el campo, ni siquiera para salir a comer o cenar.
En los cuartos, el silencio de la dehesa solo es interrumpido muy de vez en cuando por el sonido lejano de algún coche en la autovía. La casa está a 8 kilómetros de Plasencia, aunque no lo parece mirando alrededor, y está poco después de adentrarse en la nacional que se coge en la rotonda de la salida 51 de la autovía A-66 con dirección a la ciudad extremeña.
La sencillez prima en las habitaciones, con el mobiliario justo y necesario, un cuarto de baño holgado y una ducha amplia con una alcachofa básica, pero suficiente. Sin televisor, un alivio para desconecta de verdad, pero, tranquilos, hasta los cuartos llega internet para los que no puedan pasar unas horas sin las nuevas tecnologías.
El concepto del respeto al medio ambiente en esta casa se toma en serio, y no se percibe solo en las placas solares que garantizan la energía de toda la casa, sino también en el cuidado que se impone a las manadas de caballos que pastan a sus anchas en las cercanías de la laguna. “Aquí los caballos se mueven libres y cualquier actividad se hace desde el máximo respeto al animal”, nos cuentan refiriéndose a la otra pata del negocio, Eduquina, y que permite entre otras actividades conocer a los caballos, apuntarse a cursos de equitación o hacer rutas por la zona.
No solo está disponible para los huéspedes de la casa. Teresa, la hija, ha ido mucho más allá en su proyecto y realiza terapias equinas con niños discapacitados. “Vienen con una terapeuta que nos indica cómo tenemos que disponer el espacio y a los animales. A los niños se les nota cambios rápidos después de interactuar con los caballos”, explica sobre su trabajo que incluye un amor por los animales que también les ha llevado a trabajar con perros.
En el portal de la casa, al atardecer, sentado viendo las aves volar o nadar sobre el embalse brillante, mientras los caballos pastan a los lejos, rodeados de las encinas extremeñas mientras una taza de líquido humeante calienta las manos, es lo más parecido a lo que hemos soñado sobre el descanso y la tranquilidad que inyectan gratuitamente el campo, borrando en una hora una semana entera del tráfico y el ruido urbano. Por paisajes así, uno desearía hacer las maletas y mudarse para siempre a la naturaleza. Pero todo llega a su fin, aunque aquí convendría recordar la frase que define a la casa “todo fin de un camino, siempre es el principio de otro”.