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Julián fue marino desde los 16 a los 24 años; salió de Bárcena de Cudón, en el municipio cántabro de Miengo, a mediados de los años 60. Como se asfixiaba en su hogar y no encontraba el hueco, tomó las de Villadiego en los barcos que le llevaron a navegar por medio mundo, pero especialmente por el Caribe. Soñó con establecerse en ese mar y sus increíbles entornos, pero otro sueño le torció el destino.
Una noche en el Puerto de Amberes regresó al barco tarde, era ya de madrugada y soñaba algo raro, tipo duermevela. Cuando despertó a la mañana siguiente, Julián -que ha sido siempre de mucho soñar, según confesión propia- descubrió que lo extraño de su sueño-duermevela era que se había comprometido a regentar un kiosco-chiringuito en el principal puerto belga, ese que da nombre la ciudad de los diamantes y es uno los más importantes en la historia de Europa, Amberes.
“Oye, la cosa me fue bien. A los pocos meses me preguntaron si me encargaba del negocio definitivamente y sí, me gustaba. Me quedé. Primero llegó mi hermana Conchita -siempre el motor que me apoya- que entonces tenía 13 años. ¡Y después, mis padres! Madre mía, con lo que me había costado que me dejaran salir de casa y, al final, todos vinieron conmigo. No me querían firmar el pasaporte porque era menor de edad cuando me fui. Mira, ahí están los recuerdos del restaurante. Tuvimos hasta estrella Michelin”.
Orgullosos, Julián y Conchita Pérez Villoslada, los niños de Bárcena de Cudón, posan con el cuadro que enmarca las fotos de su restaurante, mientras dos de los amigos belgas -de los muchos que tienen y les visitan cada año- les observan sonrientes.
Julián lo cuenta desde un lugar privilegiado. Se llama ‘Villa Sofía’, está en el Parque Natural de Oyambre, con las playas de Gerra y Oyambre al este de la casa de apartahoteles que ha levantado con su hermana. Las vistas quitan el hipo. Al oeste se esconden los Picos de Europa, tan seguros, acogedores, disuasorios para los piratas que querían conquistar la península hasta hace solo dos siglos.
Hoy los picos se han escondido tras las nieblas acumuladas durante varios días de lluvia y bochorno, pero cualquier otro día, el Naranco de Bulnes asoma entre ellos, desafiando con sus paredes de escaladas míticas. Un poco más allá, al otro lado de la carretera y a la distancia necesaria para no molestar, el personal se pelea todo el verano por adivinar el Rayo Verde, la mítica puesta de sol de la zona.
Sin dejar Casa Julián en Amberes, resistieron e insistieron. Vinieron cada año las veces que hizo falta, hasta obtener todos los permisos. Los amigos aquí les apoyaban, sabían que lo iban a lograr y aquí están. Son nueve apartahoteles, que abren todo el año. Algo muy importante en el territorio. De dos y una habitación, además de un estudio. Funcionales y cómodos, listos para recibir con ganas a los alemanes, belgas, holandeses… que cada año desembarcan por aquí desde que abrieron. En julio y agosto la mayoría son españoles, pero la clientela es variada, igual que las edades de las visitas.
“Tenemos amigos que ya nos dejan sus tablas de surf y sus bicis de un año para otro. Todo empezó porque hace ya 40 años, amigos belgas llegaban del verano cansados de la costa mediterránea, cada día con más gente. Conchita y yo les decíamos cuánto se equivocaban por conocer solo esa zona. No conocían la costa cantábrica. Les enviamos para acá. No sabes qué exitazo, volvían queriéndonos más aún por lo que les habíamos descubierto. Y encima, qué comidas, ricas, variadas y baratas, reconocían”.
Toda una vida trabajando y, ahora, con el sueño hecho realidad a pocos kilómetros de donde nacieron. Mirar atrás es, a veces, agradable. La explicación por el asombro ante sus bien llevados años es que “siempre hay que hacer lo que a uno le anima, le gusta”, sonríe bajo la mirada de Conchita. “Sin mi hermana, que es la verdadera jefa, no hubiera sido posible, eso es verdad”.
Cuentan Conchita y Julián que a los del norte, desde alemanes, belgas u holandeses lo de la ausencia de sol no les preocupa tanto como pensamos. Además, acostumbrados a la luz de Bélgica, en cuanto el sol se transparenta entre las nubes aquí, se ponen eufóricos. Eso unido a que cada verano de la última década ha sido más seco y hay muchos días soleados.
Si algo caracteriza a Villa Sofía, además del entorno privilegiado que tiene, es la hospitalidad y la independencia. Dos conceptos que no se repelen en absoluto. Conchita, Sofía -su hija, la próxima generación- y Julián practican ambas cosas con prudencia. Cada una de las familias, parejas o grupos que llegan tienen vida propia, con unas cocinas bien dotadas; colchones y camas confortables y rodeados de un mobiliario que permite que el visitante se identifique con lo que le apetece. Si luego, en las instalaciones exteriores quieren socializar, pues estupendo.
Hacer vida propia aquí, pero sentirse respaldado es fácil. Se ve en cuanto los alojados salen afuera, camino de la playa que está enfrente; de las hectáreas de césped verde y recién segado que penetra en la nariz, como aperitivo o para el desayuno; o a dar un paseo por los campos de manzanos, que son el último sueño de Julián.
“Yo sueño por la noche y lo cuento por la mañana”. Así que una noche soñó con tener su propia sidra, montar su propio lagar y, con Conchita de apoyo, han plantado unos 1.500 manzanos con bastantes variedades, que ahora hacen las delicias de los amigos y los invitados en los atardeceres o el mediodía. Porque a degustar la sidra sí que se puede venir, con muchas ganas y sin tener que estar alojados. “Yo me jubilé hace tiempo, pero acojo a los amigos. Y organizamos las catas para todo el que quiera venir”.
Y ahí está, la planta de abajo del edificio -una casa estilo rústico y de piedra de sillería, estilo cántabro- con una bodega y un enorme salón, más las mesas de madera del exterior, donde observar a los jóvenes manzanos, delante de los poderosos Picos de Europa y oyendo el mar detrás, produce ese sosiego ansiado. “Aunque dejé el mar a los 24-25 años, necesito oírlo, saber que está ahí”, reconoce el viejo marino. Y aquí el mar reclama ser escuchado entre la charla con amistades -en flamenco tanto Conchita como Julián y Sofía lo hablan-; los paseos de Coco y Douglas -dos gatos negros preciosos, acordes con el lugar-; los Picos al fondo; y el Cantábrico que baña las increíbles playas de Gerra y Oyambre.
Si encima está regado por la sidra que vestirá el próximo sueño de Julián, la ensoñación resulta bastante fácil. La bodega de sidra y su maquinaria demuestran que el chico de Bárcena de Cudón y su hermana lo volverán a hacer. Otro sueño a punto de cumplirse, pero compartiendo con todas las visitas.
'APARTAMENTOS VILLA SOFÍA'. Barrio Oyambre, 26 C, San Vicente de la Barquera. Tel. 616 89 19 02