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Imagina despertarte una mañana de invierno en Guadalupe. Desperezarte al calor de la chimenea, abrir la ventana y asomarte a las montañas de las Villuercas dibujadas sobre los muros del monumental Monasterio, la iglesia nueva y las chimeneas del Parador. Si hay suerte, incluso puede que vislumbres el pico que da nombre a esta sierra y cuya cima se puede conquistar a tan sólo 20 minutos. Una vista hermosa y bucólica que ofrece ‘El Patio del Nogal’, cuatro coquetos apartamentos restaurados por dos hermanas que han dado una nueva vida a la antigua casa de la bisabuela.
Varias tinajas de barro usadas antiguamente para almacenar el vino se conservan aún en el patio de este alojamiento situado frente a la Casa de la Cultura del pueblo -ideal para aparcar- y a pocos pasos de la Plaza Mayor. Alguna de esas tinajas sirve incluso de improvisada lámpara de pie en Villa Sauco, la antigua bodega convertida hoy en el apartamento más amplio de los cuatro. Con tres alturas acogen tres dormitorios dobles -con camas Queen size y baño privado- y un acogedor salón conectado a la cocina.
Sus altísimos techos imponen, con su escalera de pasarela de cuerda y la lámpara de caracol que preside el salón hecha a medida por el herrero del pueblo. “Toda la restauración de los espacios la han llevado a cabo artesanos de la zona”, cuenta Cristina Salinas que, junto a su hermana Magdalena, abrieron este alojamiento en el verano de 2023.
Una gran chimenea blanca invita a encender la leña, acomodarse en uno de los sofás y pasar las tardes de invierno con una copa de vino, relajados. Un antiguo apero utilizado para exprimir las uvas es hoy la mesa que preside la sala, mientras que en la pared, un antiguo biombo japonés luce como un vistoso cuadro. “Hemos buscado un estilo rústico pero moderno, en el que combinamos muebles antiguos de la casa familiar y anticuarios, con objetos más modernos de Sklum o Zara Home”, detalla la anfitriona, que ha participado activamente en la decoración de cada rincón de los apartamentos.
En los dormitorios destacan los cabeceros de yute, el papel pintado de Portobello Street, las lámparas doradas de Sklum y los armarios antiguos, algunos auténticas joyas familiares recuperadas. Tampoco faltan las flores, que adornan las ventanas en cestas de mimbre o en coronas preservadas que cuelgan de la pared, hechas artesanalmente por Magdalena. Para aumentar más el confort, todos los apartamentos cuentan con aerotermia.
"Cada apartamento es diferente. Hemos mantenido las vigas y tabiques principales de la casa, lo que nos ha proporcionado distintos espacios y distribuciones. Las encimeras de las cocinas y las pilas de los baños están hechos a medida por el carpintero del pueblo. No nos servían las mismas medidas para todos", cuenta esta socióloga de profesión, que invita a preparar un café o un té en uno de los pequeños electrodomésticos con toque vintage de la marca Create. Como detalle, la anfitriona siempre deja dulces, fruta, agua y algún detalle más para sus huéspedes.
La antigua cuadra de la casa, donde su bisabuela Amalia guardaba los animales, alberga hoy Villa Laurel, un apartamento luminoso de dos alturas y techos de madera con las mejores vistas al Monasterio. El antiguo granero es hoy Villa Salvia, una pequeña e íntima estancia de 40 metros cuadrados; mientras que la vieja casa de los guardeses, donde aún se conservan los suelos hidráulicos, se ha reconvertido en Villa Espliego. “Es el único apartamento que mantiene la distribución original, porque ya era una casa. Las ventanas son también de la época, igual que la chimenea centenaria del centro del salón”, cuenta con orgullo la cacereña, que recuerda haber pasado entre estos muros muchos veranos con su familia.
Todos los apartamentos están conectados a través de un gran patio de suelo empedrado presidido por un nogal centenario que da nombre al alojamiento y cuya sombra en verano es una gozada. También hay una pequeña piscina con unas bonitas vistas al Monasterio y varias mesas que animan a desayunar fuera o perderse entre las hojas de un libro en este remanso de paz.
En el porche, una estantería exhibe varias publicaciones sobre el pintor Manuel Cruz Fernández. “Era mi bisabuelo”, desvela Cristina, que cuenta cómo Manuel, natural de Huelva, viajó a Guadalupe para pintar el Monasterio y acabó enamorándose de su abuela Amalia. “Mi bisabuelo fue un pintor importante de la época (1892-1967), muy buen amigo del poeta Juan Ramón Jiménez, autor de Platero y yo. Muchas de sus pinturas costumbristas cuelgan de las paredes de los apartamentos.
“Toda esta propiedad perteneció entre el siglo S.XVI hasta mediados del XIX al Real Monasterio. Se conocía como la Cilla de los Alemanes, porque aquí se alojaban los trabajadores del Monasterio y los peregrinos, hasta que la Desamortización de Mendizábal hizo que pasara a manos privadas. Después fue propiedad de mi bisabuela, hasta que mi hermana y yo heredamos la casa y decidimos darle una nueva vida", concluye Cristina, que no puede evitar sonreir ante la gran ilusión que siente por este proyecto hecho ya realidad.
'EL PATIO DEL NOGAL'. : Calle Marqués de la Romana, 14, 10140 Guadalupe, Cáceres. Tel. 604 22 99 60
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