Actualizado: 25/09/2020
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El 'Parador de El Hierro' no tiene más compañía que el océano Atlántico y la inmensa montaña que lo bordean. Si uno viene buscando bullicio, restaurantes, tiendas o fiesta, definitivamente este no es su lugar. Aquí la verdadera protagonista, más allá del huésped, es la quietud que nada a sus anchas en este enclave que sorprende a desmano del resto del planeta. El lugar perfecto para amanecer tras naufragar en una isla desierta.
"Aquí es el fin del mundo", asegura con una sonrisa Marisa Darias, directora del 'Parador de El Hierro' cuando habla del entorno del alojamiento que gestiona desde hace tres años. Y no se equivoca. En la bahía de Las Playas, donde el hotel se deja proteger por la montaña y salpicar por el mar, se acaba la carretera que llega del Puerto de la Estaca. Más allá no hay nada. "Este parador es especial por su ubicación. Aquí se respira tranquilidad por todos lados", subraya Marisa en una de las terrazas que dan al Atlántico.
El sosiego que promete la directora solo se rompe por la sencilla banda sonora del lugar: el sonido de las olas. Aquí los alisios soplan con fuerza en verano y el mar brama arrastrando las piedras de la playa más grande de la isla. Por este motivo, no es apta para el baño, solo para calmar el ánimo con su sonido arrullador y su visión azul intenso desde prácticamente cualquier estancia del alojamiento. Y, precaución, porque cuando se despierta, este pedacito de mar es capaz de duchar a los incautos observadores que se acercan demasiado al muro de piedra volcánica del alojamiento que se apoya sobre la playa.
Para darse un chapuzón, Marisa recomienda otras instalaciones, como la piscina (con agua de mar) o el pequeño jacuzzi que hay en las instalaciones del gimnasio. Desde las tumbonas de la piscina, la vista se choca con la montaña, el mar o ambos a la vez sin poder, ni querer, evitarlo. Las luz del sol, a medida que avanza, va mutando los colores de la inmensa mole volcánica que se alza bordeando la bahía. Uno contempla ese paisaje inusual con la sensación de que si pestañea va a desaparecer, precisamente, por improbable.
Este emplazamiento de ensueño fue el que debió adivinar el político Manuel Fraga mientras sobrevolaba la isla en helicóptero. "Ahí, ahí mismo quiero un Parador, dicen que dijo señalando con el dedo", cuenta Marisa cuando se le pregunta por el origen del hotel, que empezó a construirse en 1976. Aunque el edificio, con su estilo colonial, se aleja de la arquitectura herreña, el muro que intenta frenar al mar –a veces sin éxito– es de rocas negras volcánicas tan características en la isla, al igual que sus jardines con plantas autóctonas.
"Estar al lado del mar, tan pegadito, hoy en día es casi imposible", afirma orgullosa Marisa cuando ahonda en esta ubicación. Bien lo sabe ella, que durante la cuarentena vivió una experiencia única: "Estaba caminando al lado de la piscina cuando oí un soplido fortísimo y me acerqué al mar. ¡Eran ballenas! Nunca se habían acercado hasta aquí". Para la directora fue una sorpresa tan grande que este momento casi compensó los sinsabores del confinamiento.
Sin embargo, no solo de entorno presume este hotel, que por su situación ha tenido que poner especial mimo a su gastronomía, ya que la mayoría de los huéspedes desayuna y cena en su restaurante. "Nuestra apuesta, aparte de la cocina tradicional española, es la herreña. Y para esto trabajamos mucho con producto local. El pescado se pesca aquí mismo, en La Restinga; la fruta y la verdura, viene de aquí, como la piña tropical, o como muy lejos de Tenerife", afirma Marisa. En su carta ocupan un lugar especial las papas arrugadas y el mojo; el queso herreño ahumado y fresco; el gazpacho isleño, que lleva atún y huevo; y, por supuesto, las viejas, un pescado típico de la isla.
Con el apetito saciado, si aún se tienen ganas de mar, siempre hay tiempo para una copa o un cóctel en una de las terrazas que mira hacia su inmensidad. Y como este horizonte no cansa, más bien todo lo contario, desde las habitaciones con terraza, se aconseja madrugar. Al amanecer, el sol sale perezoso, tomándose su tiempo, cerca de la punta montañosa que entra en el agua al final de la playa, donde si se mira con atención se observa el Roque de la Bonanza, un arco volcánico que emerge del mar y que durante mucho tiempo fue el símbolo turístico de El Hierro.
Sin embargo, para ver bien el roque más famoso de la isla y llevarse unas estupendas fotos para Instagram, cuando se salga del hotel hay que pararse a la entrada del túnel que pone fin a Las Playas. Aquí es donde verdaderamente se aprecia la magnificencia de esta formación volcánica sumergida en las aguas cristalinas herreñas. Desde este lugar, se observa el Parador de El Hierro incrustado al final de la bahía con la soberbia de saberse el protector de la tranquilidad que se respira en el fin del mundo.