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Sus botas están tapizadas de polvillo de obra y su cabeza protegida por un casco rotundo. No hay delantal, ni chaquetilla, y su estilo recuerda más a Bob El Constructor que al hombre de los fogones que es desde hace más de 30 años. Sabemos que es él por sus siempre prominentes y pobladas patillas, a pesar de su capacidad de mímesis con los hombres que están dándole una nueva vida a la sala 'Florida Park'.
Es Joaquín Felipe, no hay lugar a dudas, quien desencaja el tubo de metal que cierra una contundente valla que rodea al que fuera el lugar de culto del espectáculo, la política y la comunicación en España. "Esta reja la he abierto tantas veces que parezco el portero", dice, mientras nos acompaña a la caseta de vigilancia para advertirnos "tenemos que ponernos el casquito". Obviamente para evitar que algún desajuste en la estructura o un mísero error de cálculo sustituya el recorrido por una camilla en urgencias. En su interior, hay vestigios del pasado, de ese monumento patrimonial que poco puede tocarse por fuera y al que tanto hay que mimar por dentro.
Suena Yesterday, de The Beatles, tocada por una trompeta en la lejanía, casi como una sutil incitación a pensar en aquellos tiempos del debut de Miguel Bosé, de la primera lotería de Navidad o de las noches con Tina Turner y Liza Minelli. Entramos por un patio trasero (opuesto al Paseo República de Panamá), ahora lleno de tubos y escombros, que será una terraza abierta en verano. Es el preámbulo de La Sala, donde un taladro golpea incesantemente, acompasando el vaivén de los obreros. Nadie para.
"Estaba desecha, pero había que recuperarla porque era mítica. Aquí daremos espectáculos con cena. Será algo muy internacional, muy de producto, con precio cerrado, donde la gente podrá elegir entre tres entrantes, tres pescados, tres carnes y tres postres o a la carta", cuenta Felipe. Para los noctámbulos, los viernes y sábado a partir de la medianoche, se convertirá en discoteca.
En dirección al Paseo República de Panamá encontramos La Cúpula, con su noria de sangre subterránea (de sangrienta nada, solo que movía el agua con la acción de animales), descubierta hace un año, y que tendrá barra propia y salón VIP en un altillo que asoma a La Sala. "Pero no falta mucho", acota, buscando animarse a seguir, a no decaer a pesar del retraso. "Como es una licencia única, no hemos podido ir abriendo espacios por separado. Cuando esté terminado vendrá el perito a revisarlo y tendrá que pasar la inspección del Ayuntamiento. Si esto no está abierto a mediados de septiembre me cuelgo [ríe]".
El ritmo de trabajo es intenso y las ansias por abrir se mezclan con la racionalidad de un Joaquín Felipe que teme encontrarse con momentos en los que haya más de 1.000 personas comiendo a la vez, ocupando todos los espacios, divirtiéndose en La Sala, bailando en la terraza, mientras su equipo pone en marcha "una cocina que irá de la mano de la vanguardia, pero no de vanguardia, comprometida con la tradición y el producto".
Lógico. Todavía no os hemos contado que también habrá un tapas bar, con ensaladilla, callos, bocata de albóndigas, boquerones, sardinas, tortilla de patatas, alcachofas "un bar de tapas canalla de Madrid, bien hecho, donde te puedes gastar lo que quieras, 2, 5, 10 euros, sin que te sientas asesinado"; El Quiosco, con puestos de fritos, un merendero con mesas altas, un puesto de ibéricos, otro de pescados y mariscos y una Terraza con vistas a La Cúpula, donde se desarrollará el concepto asiático.
Sin quererlo, aparecen Nacho Fernández, el director, "el máximo culpable", según Joaquín; Javier Feo, "el de la sala" y Miguel Jiménez, el coctelero. Posan para la foto, supervisan el progreso de ese elefante blanco en fase final. "Tenemos ganas. Nervios sentiremos cuando falten cinco minutos para abrir", subraya Nacho.
En un ejercicio de sinceridad, casi metafísico, Joaquín reconoce que "todo se unió" para que la empresa que tenía el Mercado de Fuencarral, ganadora de la concesión, le llamara para emprender el que cree será el último proyecto de esta envergadura que lleve a cabo en esta vida. "Siempre he corrido por El Retiro diciéndome 'algún día cocinaré en el Florida' porque pasaba y lo veía cerrado.'Si yo tuviera esto', pensaba, y mi aura se quedó aquí. Yo vivo aquí al lado, remo en el estanque y ahora, encima, me han dado el curro. Yo sí que estoy en casa".