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La capital aragonesa se viste de gala y se llena de multitudes con motivo de las fiestas en honor a su patrona. Esta vez no queremos huir del bullicio. No es este un reportaje sobre la Zaragoza desconocida ni un recorrido por los lugares más escondidos de la ciudad. Al contrario, nos metemos en pleno centro para conocer sus raíces y su razón de ser. Os llevamos de ruta por los lugares donde adquirir los productos más típicos de la ciudad, revivir aquellos recuerdos y sobre todo, los más dulces.
Empezamos por los popularísimos adoquines del Pilar. Son unos caramelos de tamaño importante, que pueden alcanzar hasta los 500 gramos de peso. Dada su talla, pueden durar hasta horas, aunque los habituales son mucho más pequeños y manejables, pensados para chupar y chupar. Los podemos encontrar en cualquier época del año, especialmente en los aledaños de la concurrida plaza del Pilar.
Por ejemplo, en el 'El Maño'. Este establecimiento hace esquina con la misma plaza de la basílica y la calle Alfonso, la vía más emblemática y comercial de la ciudad. Allí también podemos hacernos con un cachirulo, el típico pañuelo a cuadros rojos y negros que identifica a los zaragozanos y sus fiestas. Además ahí es posible adquirir una de esas famosas cintas de la virgen del Pilar que se cuelgan en el espejo retrovisor de los coches. ¿Cuál es su origen?
Se les atribuye cierto carácter milagroso por estar junto a María y la tradición procede de siglos atrás. Morir bajo el manto de la virgen era un privilegio que tenían los caballeros y damas de la Corte y algunas personalidades, como el papa Juan XXIII, o Alfonso XIII, que falleció en Roma bajo el manto que envió el Cabildo. Con el tiempo y ante la creciente demanda del mantón en lugares tan dispersos, en el siglo XVII nacen estas cintas que los representan en miniatura. ¡Pero cuidado! Los entendidos dicen que las auténticas cintas son las que se venden en el templo, porque están bendecidas.
Justo al lado de 'El Maño' nos llama la atención una pequeña confitería de toda la vida, a la que, curiosamente, han borrado el nombre original. Echamos un vistazo a su escaparate y enseguida nos damos cuenta de que en Zaragoza todo termina en "ico". "Fruticas de Aragón a granel más baraticas", se puede leer en un cartel de esta peculiar confitería, donde todo está muy concentrado.
En el número 70 de la calle César Augusto, otra de las vías clásicas de la ciudad, cerca del Mercado Central, se encuentra 'Caramelos Alcaine'. Fundada en 1926, lleva 85 años endulzando la vida de los zaragozanos a base de adoquines y otros dulces.
Nos recibe su actual propietario, Miguel Ángel Roc, con su hermano, Jesús. Ambos llevan en el negocio de los dulces desde su más tierna infancia. En concreto, fue en 1958 cuando, a través de Nakoa, la empresa que fundó Roc padre, comenzaron a elaborar varias de estas delicias aragonesas en su fábrica de Utebo, una población próxima a la capital. Jesús lleva la parte comercial de la compañía y Miguel Ángel se dedica a la venta directa.
La tienda, en cambio, era originalmente de otra familia, los Alcaine, según explican. Clemente Alcaine padre abrió el establecimiento con una licencia de ultramarinos y más tarde, ya centrados exclusivamente en el dulce, siguió el negocio durante otros 52 años. Fue Clemente Alcaine hijo quien, al no tener descendencia y poco antes de jubilarse, vendió la tienda a los Roc, que en 2011 tuvieron que hacer una "agridulce" mudanza a otro local dos números más adelante. Aun así, conservan los muebles de madera, los tiradores de los cajones y hasta el embaldosado del suelo, que según dicen, "es una joya". Al parecer, solo existe uno semejante en el pasaje del Ciclón, pegado a la plaza del Pilar.
Ya en el interior de la tienda, no nos resistimos a probar uno de esos enormes caramelos. Los hay de distintos sabores: naranja, fresa, limón y anís. Elegimos uno de este último. Puesto que no cabe en la boca, se necesita un martillo y varias horas para poder acabarlo. Nos conformamos esta vez con uno de los medianos, de 200 gramos. Al abrirlo, nos encontramos con una agradable sorpresa.
En el interior de todos los caramelos aparece la letra de tres jotas aragonesas populares, habitualmente cómicas, las clásicas jotas de picadillo. En este caso, leemos: "Zaragoza es una rosa, que nació en un dos de enero, cuando la Virgen llegó, con un Pilar junto al Ebro". De ahí el origen de la virgen del Pilar y la historia de la construcción de la basílica.
Pero en las tiendas del centro no solo encontramos adoquines. También hay otro producto con gran tradición dulce. Se llaman frutas de Aragón y la conocemos de la mano de Industrias Caro, que es la otra familia dedicada a elaborar estos dulces tan típicos aragoneses.
Si queremos buscar los orígenes de los famosos caramelos gigantes tenemos que acercarnos a Terrer, al lado de Calatayud. Allí está Fernando Caro, que es el nieto del inventor de los adoquines del Pilar en los años 30. "Lo que realmente se le ocurrió a mi abuelo fue la presentación de los adoquines como los conocemos hoy, con la envoltura en forma de pico", matiza.
Además de los caramelos, Caro también produce las llamadas "frutas de Aragón", un producto conocido en toda España. Aunque el nombre nos puede llevar a error, la falla no será tanto. Porque aunque por fuera no dejemos de ver chocolate, eso es la cobertura, dentro está la verdadera fruta. Confitada, eso sí.
Su consumo se concentra sobre todo en el último trimestre del año. El surtido básico lleva cinco frutas: naranja, manzana, pera, calabaza y naranja. "Hasta ahora los colores iban revueltos y no se sabía de qué fruta estaba rellena cada una. Ahora hay que ajustarse a normativa y tenemos que identificar qué va en cada pieza", cuenta Fernando. Adiós al factor sorpresa.
Su aspecto es sin duda el de un dulce de tiempo atrás y hoy es uno de los souvenirs comestibles más frecuentes en los establecimientos de la ciudad. De hecho, Fernando explica de dónde viene este producto. "La fruta de Aragón nace por la necesidad de conservar la fruta. Todos hemos tenido en casa botes con melocotón en almíbar y pera. Después, a un bilbilitano –el gentilicio de los nacidos en Calatayud– fue a quien se le ocurrió poner chocolate por encima. Y en las Fiestas del Pilar, por supuesto, no pueden faltar". A lo largo de los años han surgido otros productos que le hacen la competencia, mucho más sofisticados. Fernando cuenta que el proceso de fabricación dura 24 horas, porque hay que dejar que las frutas confitadas pierdan el exceso de jarabe para poder recubrirlas bien.
Los Caro y los Nakoa también producen guirlaches y otros dulces típicos navideños. Pero ese será objeto de otro reportaje. Ahora toca disfrutar de Pilares y sus dulces, y no irse sin dar un paseo por sus puentes. El de Piedra es el más antiguo y el de Santiago también es muy típico. El primero, de estilo gótico, ha sido restaurado en numerosas ocasiones debido a las crecidas del Ebro. Ambos son una buena opción para contemplar el atardecer con las vistas de fondo de la basílica del Pilar.