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En la tierra crecen hinojos, vinagrillos, manzanillas y malvas. Sus colores y olores les hacen destacar entre decenas de especies que, como ellas, han nacido de forma espontánea entre los cultivos que el alemán Mathias Trumper cuida en una finca de 12 hectáreas en la comarca de la Axarquía, en Málaga.
Lejos de enfadarse por esa invasión natural, el agricultor lo celebra, porque las plantas ayudan a mejorar la diversidad del terreno. “Y los insectos son muy importantes, porque son el principio de una cadena muy larga”, asegura mientras pasea por un camino de tierra junto a su socia, la danesa Tinna Estrada.
Ambos son responsables de un floreciente negocio de frutos subtropicales cultivados bajo las directrices de la agricultura biodinámica. También disponen de cuatro casas de alquiler turístico, cada una con piscina propia y vistas al Mediterráneo, a poco más de cuatro kilómetros en línea recta.
Desde una de estas coquetas villas, durante una soleada y calurosa mañana de marzo, un vistazo al entorno permite encontrar un terreno repleto de pequeñas lomas. Un lugar complejo para el cultivo que, hasta hace cuatro décadas, era todo olivos y almendros, como en buena parte de esta comarca al este de la provincia malagueña.
La dificultad de la cosecha hacía poco rentables sus producciones, así que los árboles fueron desapareciendo aquí y en otros muchos campos. Llegó entonces la revolución del aguacate y, luego, la del mango, que hoy ocupan unas 7.000 hectáreas de la zona. “Y yo me subí a ese tren”, dice Trumper, que ahora tiene 14 variedades de frutas en sus tierras.
Aquí hay lima keffir, maracuyá o lichis. También la curiosísima mano de buda y otras delicias como el caviar cítrico, un pequeño y delicioso fruto australiano cuyo interior está compuesto pequeñas perlas que explotan en el paladar. Son el final de esa cadena que arrancan los insectos.
Ataviadas con un amplio sombrero, varias recolectoras se afanan en cosechar, uno a uno, otro de los más llamativos frutos exóticos: los kumquats. Hay decenas de arbolillos, cuya altura apenas llega a los dos metros, cargados de este fruto anaranjado que se consume sin quitar la piel.
Es uno de los productos de temporada en primavera, como el limequat, similar, pero resultado del cruce entre una lima y un kumquat, de ahí su color amarillo y su sabor, más similar al de un limón. El caviar cítrico acabó hace un par de semanas su recolección, como la fruta de la pasión. Apenas quedan algunos ejemplares de mano de buda en las ramas. Cuando encuentra uno, Estrada lo muestra con orgullo y cariño. “Se utiliza, sobre todo, rallado; es increíble”, afirma. En otros momentos del año hay también yuzu, lima kaffir, limas, limones y pomelos. La fruta de la pasión tiene este verano su segunda cosecha. Y a finales de dicha estación llegarán los mangos.
Bajo el nombre de ‘Giallo Royal’, esta empresa va viento en popa, sobre todo fuera de España. Alemania, Austria, Suiza y los países escandinavos se llevan el 99 % de la producción, que ronda las 150 toneladas anuales y se acoge a la certificación biodinámica Demeter. Alcanzar el éxito no ha sido fácil. Ha necesitado de un camino que comenzó hace algo más de tres décadas, cuando Trumper y Estrada llegaron a Málaga. Él se dedicaba entonces a construir casas y ella a decorarlas. Hicieron una, luego otra. Llegaron hasta la cuarta. Entonces los frutos tropicales hicieron acto de presencia en la zona. “Y cambié mi profesión”, asegura el alemán.
El primer paso fue plantar aguacates y mangos bajo los criterios de la agricultura ecológica. Luego conoció el concepto de permacultura, eliminó algunos de esos árboles y los sustituyó por otras variedades y dejó crecer a las hierbas libremente, para que la fauna del entorno pudiera disponer de un espacio óptimo para su vida. Luego conoció la agricultura biodinámica, que considera a la finca como un organismo en que las plantas, los animales y los seres humanos están integrados. Una simbiosis con resultados positivos para todas las partes.
El empresario alemán se formó durante dos años para conocer mejor sus principios y ahora los sigue para la siembra, la poda o los riegos. También realiza los preparados biodinámicos que, explica, aportan información a los árboles. “Lo único que usamos de fuera es el estiércol, que también pasa un proceso antes de ser utilizado”, explica.
De hecho, desde que llega de La Alpujarra granadina hasta que se utiliza, pasa un año, tiempo en el que se extraen sus lixiviados, que fermentan junto a un cultivo de microorganismos que, más tarde, “transforman los elementos de la tierra en alimento para las plantas”. La amplia variedad de insectos que viven en la zona y la ausencia de monocultivo ayudan a prevenir posibles plagas. Por supuesto, aquí no hay herbicidas, abonos o fertilizantes.
La mayoría de los frutos conviven en el mismo terreno, lo que permite que haya árboles en floración durante, al menos, diez meses al año -y una cosecha que rara vez se para-, que tanto los insectos autóctonos como las abejas de las colmenas de ‘Giallo Royal’ ayudan a polinizar.
Entre ejemplares de lichis nacen hileras de lemon grass. Hay zonas donde, en menos de diez metros, conviven un aguacate, un mango y una hilera de maracuyás al borde del camino, para aprovechar el espacio. Otros laterales de las pistas de tierra sirven para el cultivo de pitahaya, que aquí crece a pleno sol en parrales. También se están realizando pruebas para dejarlos crecer sobre los balates, muros de piedra habituales en esta zona, declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en el año 2018.
Entre todos estas especies crecen multitud de plantas. Una de las más numerosas es el hinojo, que perfuma el ambiente. También las malvas, de flores del mismo color, que en unos meses mostrarán agujeros y mordeduras causadas por los insectos. “Es, además, una forma de defender nuestros cultivos: los insectos las prefieren a ellas”, subraya Estrada.
Lo que en otros cultivos se denominarían malas hierbas, aquí son buenas y se dejan crecer hasta que en el verano, ante el calor y la falta de agua, mueren. Entonces se eliminan. No del todo: sus restos se dejan picados sobre el terreno, al que protege y enriquece como turba.
Cada rincón está aprovechado en una finca que también tiene pequeños montones de piedras sobre las que toman el sol los lagartos y bajo las que se esconden las serpientes o cúmulos de ramas, que albergan variedades de insectos. Hay también espacios donde se entierran los preparados -como el que se realiza rellenando un cuerno de vaca con estiércol o el que mezcla ese material natural en un barril de madera con cáscara de huevo y basalto molido- con los que luego se dinamizan estas tierras.
Son conceptos y fórmulas de la agricultura biodinámica que, además, se pueden conocer en rutas guiadas por estas tierras. También visitan la finca técnicos y especialistas de la Cámara de Comercio, la Junta de Andalucía, oficinas comarcales agrarias o distintas universidades para formarse. “Muchos creen que esto es un cuento, pero mira los resultados. Da rendimiento económico y, además, cuidamos mucho el entorno”, sentencia Trumper, antes de subirse a un quad para seguir en el tajo y recorrer los caminos tradicionales entre frutas exóticas.
‘GIALLO ROYAL’ - Camino los Prados, 2, Local 3-6. Torre del Mar, Málaga. Tel. 609 543 474.