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Como el queso es un ser vivo, hay que cuidarlo y tomar en cuenta todos los factores que podrían jugar en su contra. Aunque lo ideal sería guardarlo en una quesera, podemos guardarlo también en la nevera siempre que sigamos una regla básica: habrá que sacarlo algunas horas antes de consumirlo. ¿A qué temperatura debe estar el queso para consumirlo? Lo ideal es entre 18 y 25º C, más baja para los de pasta semiblanda y más alta para los azules y las tortas).
Cada trozo debe llevar una parte de corteza y del centro (o corazón), para poder apreciar todos los matices. Es importante cuidar que el cuchillo esté aflilado y limpio, libre de restos de otros quesos que hayamos cortado previamente.
Además de usar una tabla de madera, podemos optar por un vistoso plato de cerámica o una pizarra. En cualquiera de ellas dispondremos los trozos siguiendo el sentido de las agujas del reloj, desde los más suaves y blandos hasta los azules, pasando por los semicurados y los curados. Si tenemos ahumados, irán antes de los azules.
Lo ideal serían entre cinco y 10 diferentes, tratando de combinar varios tipos de leche (primero vaca, después cabra y por último oveja), maduraciones y texturas (antes irán los de pasta blanda, seguidos de los de pasta dura).
Una regla de oro es que los sabores y aromas de los quesos deben estar a la par de lo que vayamos a beber, esto para evitar que se solapen y, más bien, se complementen. En líneas generales, si tenemos dudas, una buena idea es armonizar vinos y quesos de una misma región, aunque los gustos son tan diversos como las posibilidades. Podemos optar por cavas y, por supuesto, por unos grandes embajadores de nuestra viticultura andaluza, los Vinos de Jerez, buena idea también con quesos. Si los probamos con finos, manzanillas, amontillados y olorosos lograremos una tabla de quesos perfecta.